sábado, 6 de marzo de 2021

Arrimadas intenta recuperar el rol de bisagra entre recelos internos

La noche del 8 de marzo del 2020 dejó un regusto agridulce en el paladar de Inés Arrimadas. Su victoria en las primarias para liderar Ciudadanos (Cs), frente al vicepresidente de Castilla y León, Francisco Igea, terminó deslucida por el dramático aumento de los casos de coronavirus en España. Su equipo de campaña y su Comité Ejecutivo suspendieron todo acto de celebración y, al día siguiente, la primera decisión de su nueva dirección fue aplazar la Asamblea General que se celebraba el próximo fin de semana para dar inicio a la nueva etapa con la aprobación de los renovados estatutos y estrategia del partido. Su liderazgo nació en pandemia y no conoce aún la añorada 'vieja normalidad'. Entre mascarillas y distancias de seguridad, Arrimadas pelea por abrir hueco entre el PSOE y el PP a una formación en caída libre. Busca un erial de centro en la España más polarizada de las tres últimas décadas. En su primera semana en el cargo, rompió por completo con la estrategia de su antecesor y hasta entonces único presidente de Cs, Albert Rivera, quien había apostado por combatir de forma frontal a Pedro Sánchez en un intento fallido de liderar el centro-derecha. La táctica de Rivera condenó a los suyos a perder en apenas unos meses 47 escaños en el Congreso, pero el retorno al pragmatismo de Arrimadas no se traduce, de momento, en mejores resultados. La debacle persiste. Si Rivera se caracterizó, en su última etapa, por un inflexible «no es no» al 'sanchismo', Arrimadas demostró propósito de enmienda cuando en su primera rueda de prensa como líder de Cs ofreció al presidente del Gobierno negociar «unos Presupuestos de emergencia nacional» para atajar la entonces incipiente crisis del Covid. El partido pasó en escasos meses de negarse a intentar convencer al PSOE de formar un gobierno sólido de 180 escaños a, por el contrario, intentar ser decisivo con solo diez diputados. El camino no se antojaba fácil. A los recelos internos que empezaron a aflorar, con cuadros de Cs que nunca entendieron el acercamiento a Sánchez, se unió el sabotaje externo que protagonizaba Podemos. Con vistas a su porvenir, el vicepresidente segundo del Ejecutivo, Pablo Iglesias, remó para que fracasase la vía de Cs y amarró los respaldos de ERC y de EH Bildu. Un fiasco sin consecuencia En su primer año, Arrimadas no ha encontrado vacuna contra la desafección que parece profesar el electorado hacia Cs. La pírrica irrupción en el Parlamento vasco, con dos diputados a costa de un peor resultado del centro-derecha, no tapó el enésimo fracaso en Galicia ni, sobre todo, la fortísima réplica que sacudió a Cs el 14-F en Cataluña, donde perdió treinta de los escaños que logró en su histórica victoria cuatro años atrás. Este último batacazo, el más sonoro de la época de Arrimadas, concretó los conatos de rebelión en peticiones expresas, desde distintos ámbitos, de que el director de la campaña catalana, Carlos Cuadrado -conocido como «el número dos en la sombra»-, fuese destituido de forma fulminante. Sin embargo, Arrimadas rehusó hacer cambios en su equipo de confianza y pidió tiempo para afianzarse. Cs se halla ahora en un constante runrún interno, con distintas corrientes reclamando que se celebre una nueva Asamblea General -sería la VI y la segunda en dos años-. El 'riverismo' no disimula su malestar con la actual cúpula, los críticos de la anterior etapa se rearman y hay nombres de peso, como Toni Cantó, que reclaman un cambio de rumbo. Arrimadas, por ahora, consolida su idea de recuperar el rol de bisagra que un día ejerció Cs.

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