sábado, 31 de agosto de 2019

Álvaro Domínguez: «Cuando más me dolía la espalda, pensaba que hay gente sin piernas»

A Álvaro Domínguez (Madrid, 1989) la burbuja, que es como a él le gusta llamar a esa pompa que estos días envuelve al fútbol, le explotó muy pronto. Demasiado. No fue algo que él eligiera. Contaba 26 primaveras cuando su buen hacer en el Atlético deMadrid –alzó dos Europa League y una Supercopa continental– le valió para derribar la puerta de la selección nacional y despertar el interés del Borussia Möenchengladbach. Para allí que se fue, con una maleta cargada de ilusiones. También se llevó tres hernias discales. Lo que por aquel entonces no eran más que molestias, poco a poco, terminaron prendiendo la llama de su particular infierno, hasta el punto de convertir un partido en una batalla contra su cuerpo. El 7 de noviembre de 2015, Álvaro jugó por última vez al fútbol. Desde entonces, se sometió a cinco operaciones de espalda, desesperado por olvidar su dolor. Ahora que ve la luz después de un lustro a la sombra de consultas médicas y quirófanos –para celebrarlo se fue de mochilero a Vietnam y Camboya–, todo podría parecer un mal sueño. Suerte que quedan cicatrices. —¿Cómo está? —Por raro que parezca después de cinco operaciones, estoy bien. Hago vida normal, que es lo que buscaba. Todo ha sido un poco surrealista. Parecía una pesadilla de la que te ibas a depertar. —¿Cómo empieza esta historia? —Estuve jugando con tres hernias discales muy feas. Cuando los doctores me las vieron en las últimas resonancias ya se asustaron. Aún así, todos trataron de llevar un tratamiento conservador, por miedo a operar, pero en mi caso no funcionó. Tenía que haberme operado mucho antes. —¿Qué hay que hacer mal para tener tres hernias con veintitantos? —Sobreesfuerzo. Cuando juegas demasiados partidos, sobre todo yo, que tengo una genética muy fuerte en la cadera, te desgastas. Era mi talón de Aquiles. En Alemania los entrenamientos hacen más mella, son más horas, más duros. Descansé menos y sufrí. —¿Cuándo supo que el fútbol se había terminado? —Al principio no sabía lo que estaba haciéndole a mi cuerpo. Estuve así un año y pico. Cuando el dolor empieza a ser intenso, te empiezas a preocupar. Entras en un bucle. El equipo te necesita, quieres ayudar, y no encuentras el momento de decir, «oye, no puedo más». Tras la primera operación supe que no había ido bien. Ahí me dije que igual me tenía que plantear otras cosas. —¿Cuesta afrontar un proceso tan pesado sin la motivación de volver? —Mi cabeza me decía que la recuperación no iba para adelante, pero los doctores me insistían: «Álvaro, esto va a ir bien, es todo normal». Pero tú ves cosas en tu cuerpo que no son normales. Se me quitaron unos dolores, pero otros seguían ahí. No entendías nada. —¿A qué se agarraba? —A que con la primera operación se me fueron dolores, y suponía que haciéndome alguna más, se me irían el resto. Siguiendo mi instinto, busqué a doctores valientes que me quisieran abrir. El noventa por ciento me decían que no me iban a operar a ciegas. Fui aprendiendo mucho a raíz de estudiar a qué correspondían los dolores que se me habían ido. Es que en las resonancias no se veía nada. He llegado a exagerar para que me hicieran caso. Es muy frustrante cuando los doctores no te creen, y he pasado por los mejores: desde los de la Juventus a los del Atlético, los del Bayern, el de Usain Bolt, otros que venían de la NFL para verme en un día y cobrarme 7.000 euros... He probado de todo, y afortunadamente he tenido los recursos para poder costeármelo. Muchas veces pensaba en qué haría alguien de la calle que no pudiera hacer frente a tantos gastos. —¿Quién le sostuvo? —Mis amigos más cercanos. No me gustaba contar todo lo que iba haciendo. No lo hablaba ni con mi familia. Cuando me preguntaban qué tal estaba, decía que bien. No iba a estar toda la vida hablando del mismo tema, aunque para mí era un peso grande. Decidí seguir haciendo las cosas habituales cuando dejas el fútbol: ir a un plató de televisión, a la radio, ser agente de jugadores... Todo con dolor, pero no te puedes quedar en casa. Y a la vez, iba visitando doctores, probando cosas, factores de crecimiento... —¿Y a nivel institucional? —El Atlético siempre ha estado ahí. Doctores, fisios, Miguel Ángel (Gil)... Me han ofrecido su todo su apoyo, y esa es la mejor manera que alguien tiene de ayudarte, por mucho que yo supiera que si no era operándome esto no se iba a solucionar. —¿El Menchengladbach? —Nada que ver. Vale, te ofrecen sus servicios médicos, pero si yo soy jugador de ese equipo, si tu cuerpo médico no tiene una solución, no pasa nada, es lo más normal. Pero ahí hay que salir a buscar ayuda fuera. Su labor es coger al jugador de la mano y buscar soluciones. Eso lo hice yo a solas. Fui yo quien decidió dejarlo, pero les dejé claro que iba a contar mi historia. He estado jugando por ellos con dolor, y no son capaces de ayudarme... Pues ya está. —¿Que le dejan estos cinco años? —He aprendido a valorar lo que tengo. Volví a Madrid. Quería una casa en la que estar a gusto. Cuando vi que no iba a volver a jugar, pedí a mis padres que me dijeran qué patrimonio tenía. Quería organizarme para no tener que trabajar por necesidad, sino por placer. No es que aprendas a no caerte, aprendes a levantarte. A enfocar la vida de otra manera. —¿Se puede aprender a no ser futbolista? —Le digo una cosa: a mí no me costó, porque mi único objetivo era no sentir dolor. El resto me daba igual. Cuando no puedes dar un paseo, cenar con tus amigos o estar en la cama sin sufrir, el fútbol te da igual. Muchas veces entramos en la burbuja del fútbol y parece que no sales de ahí, pero realmente es una cosa muy pequeña en la vida. Te das cuenta cuando sales. —Usted estaba acostumbrado a llevar, desde pequeño, una vida en la que todo giraba en torno a entrenar y jugar. Una vez que eso se esfuma, ¿con qué llena uno sus días? —Es complicado. Te levantas por la mañana y no sabes qué hacer. Hay casos de depresiones. Te encuentras perdido. Estás acostumbrado a levantarte, ir a entrenar, comer bien, descansar, concentrarte por las noches para el partido... Y de repente todo cambia. Conseguí cambiar esas preocupaciones por otras: inversiones inmobiliarias, finanzas... y curarme. Me ponía todos los días el despertador a las ocho de la mañana y me iba a entrenar al gimnasio. Con dolor, sí, pero si no voy a entrenar, me pongo gordo y no hago lo que he hecho durante 30 años, aparte del dolor, tendría una depresión de caballo y me pego un tiro. Me hacía pasar por una persona normal. —¿Qué le suscita ahora esa burbuja? —Es un mundo irreal. La gente endiosa a los futbolistas. Son las personas más normales del mundo. Se exagera todo demasiado, y cuando lo vives desde dentro, se te quita la ilusión. Obviamente mis primeros partidos, los días importantes, eran una explosión de hormonas tremenda. Luego cambias de equipo, te vas a un sitio al que no te une un sentimiento, y lo vas viendo como una profesión. —¿No siente envidia cuando ve a quienes eran sus compañeros jugar? —Te da envidia sana, porque la sensación de ir, por ejemplo al Camp Nou a jugar un Barça-Atlético... Lo que yo echo de menos es salir a un estadio lleno y decir: «Me voy a partir la cara por este escudo y por esta gente». Esa adrenalina de la competición. —¿Se considera un desafortunado? —Todo lo contrario. Cuando más dolores tenía, pensaba en que hay gente que no tiene piernas. Me decía que por mis cojones me iba a levantar de la cama, por mucho que me doliese. Muchas veces me he sentido un desgraciado, piensas que te has pasado de la raya. Primera operación, no se te quita, y luego así con la segunda, la tercera, la cuarta. Ya en la quinta, la última, me manipularon un nervio que me quedó irritado. Pasé un mes y medio prácticamente sin dormir, no tenía fuerza en la pierna, me dediqué a empastillarme para no sentir nada. Ahí sí tuve momentos malos. Estaba en casa, con mi chica, y me subía a la ducha a llorar de la frustración. No me creía que me estuviese pasando todo esto. —¿Temió no poder volver a andar? —Uf... He llegado a pasar miedo por lo que podría ser de mi en diez años. Quería poder jugar con mis niños, cuando los tenga. —¿La retirada fue su peor momento? —No. No le sé decir un momento concreto. Era una ansiedad constante por saber que no había solución para lo tuyo. Te pegabas contra la pared, y contra los médicos. Mi única preocupación pasó a ser cómo podía persuadir a un doctor para entrar en quirófano. No era fácil. Imagínate al doctor del Bayern de Múnich, un tío que ha trabajado con Bolt, diciéndote: «Álvaro, no sé. Vete de vacaciones y a ver si así mejoras». Esos eran los peores momentos. Me comía la ansiedad. —¿Qué le llama ahora del fútbol? —Lo veo como un cuento irreal, donde hasta el más tonto puede hacer mucho dinero, pero no es una forma de vida. Intento que los chicos que llevo cuiden su patrimonio, su familia, sus amigos de toda la vida... Que hagan tonterías con el dinero, porque lo tienen que hacer y así se aprende, también lo he hecho. Pero que sepan de dónde vienen. —¿Es posible gestionar correctamente ese torrente de dinero y fama a edades tan tempranas? —No. Necesitas la fortuna de estar bien rodeado. —¿Qué le diría al Álvaro que debutó en 2008 contra el Liverpool? —Que disfrutase lo que estaba consiguiendo. Igual que me propuse ser profesional y lo conseguí, porque soy Tauro y soy un cabezón, cuando me pasó lo de la espalda dije que me iba a curar costase lo que costase. Le pediría que aprendiese en el camino y que disfrutase. Obviamente si hubiese sabido lo que me estaba haciendo en la espalda cuando llegué a Alemania, me hubiese plantado. Es de lo único que me arrepiento en mi vida. Salir al extranjero fue una experiencia personal muy bonita, me ha dado un idioma y otra forma de ver la vida. Allí no se nos idolatra tanto. Si me preguntas que si me hubiera ido al extranjero otra vez... Te diría que no, a lo mejor podría haber estado en el Atlético de Madrid 15 años, y quién sabe lo que hubiera pasado con mi espalda. El trato que he recibido aquí siempre ha sido mucho más cálido que fuera. Cinco visitas al quirófano 24 de noviembre de 2015 Trece días después de jugar, sin saberlo, su último partido de fútbol, se sometió a su primera operación. Vivía en Alemania, así que se operó en Múnich. 27 de agosto de 2016 Consciente como era de que aquella primera operación en Alemania no había salido como él esperaba, pues seguía sufriendo dolores permanentes, decide volver a España en busca de un doctor que le dé una segunda opinión y, al mismo tiempo, esté dispuesto a operarle. 6 de marzo de 2018 El dolor seguía ahí y, más de año y medio después, vuelve a quirófano, esta vez en Guipuzkoa. 19 de agosto de 2018 Apenas esperó unos meses y volvió a probar suerte en el País Vasco. No sería suficiente. 5 de mayo de 2019 A la quinta fue la vencida. Operado en Madrid y, por fin, feliz puede vivir sin sufrir.

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