
La Liga se presentó en Mestalla con un fogosidad superlativa. Gran partido de inauguración entre el Valencia y el Atlético, efervescentes ambos en una demostración de vivacidad y vehemencia. Griezmann abrió el cauce a su equipo con una sensacional maniobra para el gol de Correa, pero el equipo de Marcelino dio la vuelta a todo en la segunda mitad. Pasan los años y lo mejor que se puede decir del Atlético es que mantiene la esencia. Conserva ese propósito fundacional del cholismo de custodiar el 0-0 como punto de partida. A partir de ahí solo se puede ganar. Un grupo aguerrido que planea ardoroso ante cualquier partido, lance o situación de juego, que no especula sino que busca y tiene fe. Este año ha añadido suplemento, más recursos, múltiples alternativas… Un vistazo al banquillo anima a cualquier colchonero. El Valencia ha adiestrado una comunidad solvente, equipo con recorrido, pundonor y criterio táctico. El partido prometió desde el principio. Amaneció con las huestes de Marcelino echando espuma por la boca, pero se encontró con una réplica contundente del Atlético, cuya impronta para encontrar algo diferente pasa siempre por Griezmann. El francés, además del mejor aval del club en el mercado, aclara el juego, limpia el polvo de las refriegas, inventa donde otros no ven. Estaba el partido en franca progresión de calor, Rodrigo buscando las vueltas a Godín y armando pierna, Diego Costa convirtiendo la noche en un infierno a los centrales levantinos, y Parejo mostrando clase y jerarquía por doquier, hasta que Griezmann desniveló por ingenio. Fue maravillosa su maniobra. Recibió cerca del área, fijó a cuatro defensas que revoloteaban y giró el tobillo para dejar solo a Correa, quien ni siquiera pareció al tanto de sus intenciones. El gol del argentino afianzó la solidez del Atlético, que empezó a combinar a partir de Koke y Lemar, el socio al que busca Griezmann. Para entonces no había marcado Diego Costa, lo cual era casi asombroso porque él se fabricó un par de oportunidades estupendas con sus fintas, sus carreras y su tendencia a la soledad resolutiva. Ha arrancado como un toro el brasileño. Todo cambió en la segunda parte, como si las termitas hubiesen arrasado el estadio. El Valencia reaccionó con un brío sobresaliente, contagioso el empuje para un estadio que comenzó a ver otro tipo de horizonte. Carlos Soler, Parejo y Kondogbia se estiraron como el cuello de un avestruz, el equipo dio un paso al frente y el Atlético se venció irremisible hacia Oblak. Imprevisto repliegue La intensidad del Valencia hizo daño al Atlético, imprevisto su repliegue después de un inicio exultante. Todo el equipo levantino avanzó su posición para exponer a las claras lo que pretendía. Equipo valiente y correoso encontró el premio en el mayor de los sucesos inesperados: un fallo de Godín. El central calculó mal, despejó al aire y Rodrigo resolvió con propiedad. El balón al pecho y el tiro a la red. Los cambios de ambos técnicos anticiparon un final eléctrico. Gameiro y Batshuayi, en el Valencia. Gelson y Vitolo, en el Atlético. El portugués revoloteó travieso y veloz sobre el partido, percutiendo sobre el cansancio de su rival. Ahí quedó la refriega, en intenciones notables y en un marcador ecuánime. Así lo decidió Oblak en una gran parada.
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