Mi día comenzó en Madrid, rompeolas de todas las amnistías, y termina en Marylebone, espigón de todas las finales. En la Carrera de San Jerónimo mayo parecía un agosto de Marbella, pero en Londres siempre es el mismo marzo de Bilbao. Y mi profunda tristeza por lo visto en el Congreso se va diluyendo a medida que me integro en una ciudad en la que no conocen a Sánchez, ni a Puigdemont y no son conscientes de lo afortunados que son por ello. Por la tarde los niños salen del colegio, las madres tienen ojeras violetas y los hombres trajeados caminan dormidos entre la lluvia de la estación de Paddington. En la cola para embarcar en Madrid había muchos más... Ver Más
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