lunes, 8 de marzo de 2021

Estudiar en la cárcel: «En el aula no estamos en la prisión»

Decía Concepción Arenal: «Abrid escuelas y se cerrarán cárceles». Tal vez ese es el espíritu de fondo de la oferta de enseñanza para alumnos en las prisiones madrileñas, una actividad que realiza la Consejería de Educación, dirigida por Enrique Ossorio, y que en la región llega a un total de 1.360 alumnos. La mayoría optan por estudios básicos –asentar las bases educativas de las que muchos carecen–, pero también los hay que aprovechan el tiempo de condena para estudiar español para extranjeros o prepararse el acceso a la universidad. Ocupar la mente para que el tiempo pase más deprisa o, al menos, sea soportable es una de las metas que se ponen quienes deciden retomar los estudios, o iniciarlos en algunos casos, durante su paso por la cárcel. En siete prisiones Para que puedan hacerlo, los centros penitenciarios madrileños cuentan con siete Centros de Educación para Adultos (CEPA), abiertos en otras tantas prisiones: el de Yucatán, en la cárcel de Soto del Real; Alborada, en la de Navalcarnero; el Alonso Quijano, en el Centro Penitenciario de Valdemoro; el Dulce Chacón, en la prisión de Aranjuez; el Clara Campoamor, en la de Alcalá de Henares; el José Hierro, también en la prisión de Alcalá; y el Centro Madrid VII, en el Centro Penitenciario de Estremera, el más nuevo, que se abrió este mismo curso escolar. En ellos estudian un total de 1.360 alumnos, de los que más de la mitad cursan enseñanzas básicas iniciales, que equivalen a Primaria. En el nivel I hay 241 alumnos, y en el nivel II, estudian 483 reclusos. Otros 329 realizan enseñanzas para la obtención de la ESO. «Algo que yo he aprendido es a no juzgar a nadie», confiesa un docente La oferta se completa con el curso de preparación para la prueba de acceso a la universidad, con 61 alumnos, y las enseñanzas abiertas, donde hay 129 alumnos. Además, otros 117 alumnos cursan Español para extranjeros. Si la docencia siempre es vocacional, ejercerla entre rejas requiere un nivel más de entrega. José María García lo sabe, porque es docente y director del Centro de Educación para Adultos Clara Campoamor, en el centro penitenciario de Mujeres Madrid 1, de Alcalá de Henares. Su experiencia de años le dice que uno de los problemas principales con que se encuentra es el de «la heterogeneidad de los presos, en cuanto a nacionalidad y lengua». El paso previo para muchos de ellos es aprender el idioma. Abandono escolar García da clase a mujeres. El perfil mayoritario es de «una persona de entre 26 y 40 años», siendo muy pocas las que están por debajo de esta franja. Una de cada tres de sus alumnas está en prisión provisional, y las otras dos cumplen condena, «generalmente por delitos contra la salud pública», que suelen ser los relacionados con tráfico de drogas. Parte de un alumnado con nivel educativo generalmente «bajo respecto de la media de la población general». Muchas de las ahora estudiantes dejaron en su día las clases para atender a necesidades familiares, y no tienen ni siquiera la titulación básica obligatoria. El número de las que participan en las clases es muy alto: «Algo más del 60 por ciento de las reclusas», explica García. Las clases en la cárcel hay que darlas «con naturalidad», normalizando el hecho de estudiar, porque «cuando entramos en el aula, no estamos en la prisión. La escuela es un reducto de libertad de pensamiento, de expresión, de creació y recreación», explica. Lo que estudian sus hijos Para motivar a sus alumnas, «intento que los contenidos sean relevantes y significativos para ellas». Incluso utiliza recursos para involucrarlas más en las materias, como «evocar contenidos que estarán estudiando alguno de sus hijos o nietos, y que podrán comentarlo con ellos e incluso ayudarles». Es lo que llama «motivar desde las emociones», un procedinmento que no falla porque «siempre conduce a que los contenidos importen más». El humor o la actualidad son también perchas de las que se sirve para animar las clases. Y si las presas aprenden, el profesor también lo hace. En su caso, asegura José María García, «algo que yo he aprendido es a no juzgar a nadie; son mis alumnas y las acompaño en su aprendizaje», zanja. Alumnas que, en ocasiones, no interrumpen sus estudios al recuperar la libertad: «Cada vez más, nos piden el traslado de expediente escolar a otros centros y los terminan fuera, o los continúan con alguna Formación Profesional». Encuentran así el camino hacia un nuevo futuro.

De España https://ift.tt/3v4dGxD

0 comentarios:

Publicar un comentario