miércoles, 20 de febrero de 2019

Sin gol no hay Champions

El Barça afrontó ayer la justificación de su temporada. Todo lo había pensado, trabajado, gestionado, administrado para llegar en el mejor momento de forma a este tramo decisivo de la Champions. El equipo salió bien, concentrado, implicado, con las líneas de presión muy altas. Sergi Roberto, incisivo, robaba balones de oro. Messi tenía ganas, muchas ganas. Ter Stegen cantó entregándole el balón al contrario pero enmendó su error con una magnífica parada. El Barça hacía lo que tenía que hacer pero el Olympique también y Terrier dejó temblando la portería de Ter Stegen de un violentísimo disparo al larguero: el balón entraba pero pudo el portero con una mano prodigiosa desviarlo a la madera. Pocos pero peligrosos y contundentes ataques locales. El Barça tenía más el balón, presionaba mejor, le imponía su ritmo al partido, pero no lograba crear el vértigo del Olympique en los metros finales. Bien los de Valverde pero inciertas sensaciones. En el 17 Messi falló algo que no suele fallar y se le vio un cierto gesto de frustración, y le pidió a continuación un poco de calma a Dembélé porque iba pasado revoluciones, de intensidad, y en cada ataque se precipitaba. Sucesivos ataques posicionales del Barça, el equipo muy junto alrededor del balón. Fue el partido más sólido y ordenado que el Barça ha jugado sin Arthur. Mejor en ataque que en defensa. El Olympique no es un equipo cualquiera, y sus ataques creativos, imaginativos y precisos obligaban a los de Valverde a una defensa muy exigente que no siempre los azulgranas sabían concretar. Hermoso partido, más difícil de lo que la mayoría de los aficionados barcelonistas imaginó en el sorteo. ¡Qué difícil es todo en la Champions! Suárez, preocupante de lo del uruguayo, lo intentaba todo y todo lo fallaba. Era una buena metáfora del conjunto de sus compañeros, más concentrados que acertados, sobre todo en la finalización de las jugadas. Buen enfoque, buena actuación coral, pero ningún rédito. Intercambio de golpes al filo del descanso, de los que ninguno de los dos equipos supo sacar un beneficio claro. Dembélé, muy descarado, se atrevía a cualquier cosa y en cualquier circunstancia. Uno de sus latigazos desde la frontal del área a punto estuvo de sorprender a Anthony Lopes. Es posible que el Olympique no tenga equipo para ganar la Champions, pero desde luego lo tiene para jugar muy bien al fútbol. Ayer dio muestras de ell: calidad individual y sentido colectivo. Ndomblelé, Terrier, Traoré o Terrier son magníficos jugadores, de toque fino e inteligente lectura futbolística. El Barça regresó del descanso impreciso, sin poder controlar el partido, y con los locales viviendo muy cerca -y muy fácilmente- de los dominios de Ter Stegen. Suárez continuaba fallando todo lo que tocaba, como si fuera un ritual. El Barcelona no estaba tan presente, ni tan dominante como en la primera mitad, ni encontraba su fluidez, ni sus ataques tenían continuidad. Los delanteros, con las luces apagadas. Todo lo contrario de Ter Stegen que, muy atento, paraba todo lo que se le presentaba. Pese a las buenas intenciones, el Barça se precipitaba en ataque, sin amplitud, sin orden, sin ideas, con un Suárez como gafado y un Messi que no acababa de comparecer. Si durante el primer tiempo el partido más o menos estuvo donde quiso el Barça, en el segundo fue el Olympique quien hizo jugar a los culés a lo que quiso. Alba empezó a conducir los ataques de su equipo y a hacer todo lo que sus delanteros podían necesitar para marcar un gol. Pero el gol se resistía, a veces por muy poco, otros por poca fortuna, pero nunca llegaba la gloria, y hay que ser sinceros y admitir que sería injusto atribuirlo a la mala suerte cuando la falta de inspiración -que no de entrega- fue evidente. Coutinho entró por Dembélé y Vidal por Sergi Roberto. Nada. Frustración de un Barça que en los últimos 4 partidos sólo ha marcado dos goles. La buena voluntad está muy bien, pero sin gol no hay Champions.

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