
El Atlético frenó el periodo de ofuscación con una victoria concluyente en el estreno de la Liga de Campeones. El gol clausuró el tramo de incertidumbre de un equipo que no deslumbra por su abundancia creativa. Venció al Mónaco, el destino que eligió Falcao para enterrarse como estrella, en una convincente sesión dirigida por el talento de Griezmann, el despliegue de Koke y el acierto, al fin, de Diego Costa. El universo fútbol depara de vez en cuando paradojas singulares. Mónaco, el país con la renta per cápita más alta del planeta según el Banco Mundial, no tiene un estadio en condiciones para albergar un partido de la fase de grupos de la Champions. Mientras sus habitantes exhiben con discreción la opulencia y conducen ferraris, lamborghinis o maseratis por el trazado urbano que alberga la Fórmula 1 con su paisaje de yates, su equipo de fútbol bendecido por la familia real y gestionado por un multimillonario surgido de la descentralización rusa es propietario de un sembrado de patatas inconcebible como estadio para la Liga de Campeones. Mientras el césped levantaba chuletones y dejaba un surco de socavones inaceptables, el Atlético mantuvo la cordura frente al Mónaco. Cosiendo agujeros de anteriores fiascos, el equipo de Simeone (aún en la grada por la sanción contra el Arsenal) gobernó el partido a partir de la sensatez de Rodrigo para administrar el balón, de la laboriosidad y la presencia de Koke y de la perspicacia de Griezmann para encontrar rendijas en un conjunto monegasco que no asusta. Aunque su cuenta corriente rebose por los cuatro costados, Falcao no pasará a la historia como vidente. Eligió un equipo de corte menor, insípido como contendiente y sin mucha perspectiva de futuro. El Mónaco marcó primero porque Saúl cometió un error de principiante (control y pérdida al borde del área) y Correa lo estropeó aún más (no despejó con el balón a dos metros de Oblak). Grandsir empalmó a gol y aquello parecía otra sesión de tortura para el Atlético en este inicio titubeante. Sin otra explicación que la lógica y el acierto, el Atlético se recompuso. Lo hizo en otra fantástica iluminación de Griezmann, soberbio su pase a Diego Costa, que esta vez atinó con el gol. Aquello calmó al grupo español y reafirmó su juego dominante. El Atlético siguió llegando al área monegasca con profusión, siempre a bordo de la visión de Griezmann entre líneas. En uno de los muchos saques de esquina, Koke la puso de cine y el salto imperial de Giménez acabó en el segundo gol. El Atlético, educado en el esfuerzo innegociable y en la veteranía de acción en el campo, no quiso saber mucho más del partido. Gestionó el balón con criterio y masticó minutos sin que el Mónaco se percatase de aquello estaba medio acabado si no ofrecía algo más. El Mónaco no mostró apenas recursos y el Atlético calibró las ventajas de tres puntos en la Champions por encima del virtuosismo del juego. Creció la figura de Koke, apagado en el primer tramo de la competición y sobresaliente ayer hasta adueñarse de un partido que rehabilita al Atlético y lo coloca en el camino correcto.
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