
«Nunca sentí miedo de morir porque estaba en manos de un equipo humano maravilloso», relata Antolín Flores. A este salmantino de 68 años afincado en Orense la pandemia de Covid le sorprendió en La Coruña, donde unos meses atrás se había sometido a un trasplante de corazón en el hospital herculino, el Chuac. Aquejado de una cardiopatía dilatada, que le provocaba una insuficiencia cardíaca, su única esperanza para seguir viviendo pasaba por recibir un órgano. Lo consiguió cuando ya llevaba cuatro años aguantando con una bomba de relojería. Antes de irrumpir el coronavirus, él ya tenía que salir a la calle con mascarilla: «Todo el mundo me miraba». Poco después, paradójicamente, su uso se convirtió en la norma. «Si ya...
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