
El Camp Nou volvió a silbar el himno de la Champions por los mismos motivos y con el mismo tam-tam tribal que el proceso independentista silba a Europa con su modo de comportarse. Desolador espectáculo de quien insulta lo que anhela, en el fútbol y en la vida. Como para despertar a Barcelona, y a Cataluña, de su tontería extrema, Rashford chutó al larguero antes de que el primer minuto se cumpliera, y con su dibujo asimétrico y su rombo en el centro, creó sucesivos y peligrosos ataques que un Barça sorprendido, asustado y anulado, repelía como podía. Tremenda tormenta inglesa de la que el Barça apenas podía resguardarse. La primera posesión serena y larga de los de Valverde no llegó hasta el minuto 7. Acabó en córner y el córner acabó en nada, pero entre las dos jugadas el Barcelona consiguió tener un par de minutos el balón. Poca vaina, sí. Pero un primer paso en la correcta dirección. En el minuto 10 el partido pudo haber dado un giro inesperado porque el árbitro señaló un penalti favorable sobre Rakitic que posteriormente, a sugerencia del VAR, revisó y anuló. Si lo era o no lo era fue mucho más discutible que la imponente autoridad, destreza, brillantez y e increíble talento con que Messi se fue de dos para batir de un durísimo disparo a De Gea. Lo que el United intentó, Messi lo materializó con su instinto letal y su genio. De todos modos, el partido continuó más loco de lo que el Barcelona quería hasta que De Gea, como Arconada en el 84, decidió facilitar el pase a semifinales del adversario tragándose sin motivo un parable disparo otra vez de Messi. Sin tratar de restarle méritos al argentino, el gol fue más obra del portero, o dicho de otro modo, uno de los goles más feos de la carrera de Messi. Veinte minutos de vértigo en que el guión fue por un lado y el marcador por el contrario, con Messi como casi siempre ejerciendo de mejor jugador de la Historia. La primera parte transcurrió a partir de ahí sin sobresaltos para ninguno de los dos equipos, con un Barça que no sabía muy bien cómo había sobrevivido a la tormenta marcando dos goles, y un United vencido por las circunstancias, que a resumidas cuentas fueron Messi. Justo antes del descanso, el argentino dibujó otra de sus jugadas imposibles, regateando a Jones y al árbitro, bailando sobre el césped con el balón pegado al pie hasta que decidió entregárselo a Sergi Roberto, que probó que Dios sólo hay uno y no es él, estrellando el remate en la cara del pobre De Gea. Ni antes ni después de los dos goles de Messi, el Barça supo exactamente qué hacer, ni demostró tener fútbol suficiente para ganar la Champions. Pero cuando tienes a Messi, lo demás qué importa. Poco elegante burla del Camp Nou a la difícil noche que estaba teniendo el portero del Manchester. Es de cretinos del fondo sur preferir el linchamiento a la compasión. Es muy vulgar y desde luego desacredita mucho más a los emisores que al receptor. El Barça volvió más ordenado del descanso, con posesiones más largas y bien asentado en el campo del United. Control total. Y hasta lo que ya nadie esperaba personalmente exaltante, ni de ninguna otra manera, fue lo que sucedió: el Gafe dejó de serlo por una noche y marcó un golazo. Lo celebró Coutinho tapándose los oídos como contestando las críticas recibidas durante su época oscura. Curiosa reivindicación, cuando quizá tendría que pedir perdón por los meses que le hemos estado pagando a cambio de absolutamente nada. Pero por insólita, la ovación en el Camp Nou para celebrar el gol de De Ligt contra la Juventus. Fue una ovación en favor del jugador, que ya tenemos fichado, en reconocimiento del fútbol fantástico del Ajax, pero también contra Cristiano y qen memoria del 1 a 4 que con que los holandeses eliminaron al Madrid en el Bernabéu. Y Messi mediante y cuatro años más tarde, el Barça volvió a las semifinales.
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