
Detrás de cada avance, repliegue o porfía del Atlético existe una liturgia medio invisible que las cámaras de televisión ya se han aburrido de recoger. Es la ceremonia de Simeone. Un rito del entrenador en la banda que dirige cada maniobra de su equipo. Si conduce el balón Filipe ya está el Cholo indicando cuál debe ser la continuación. Si atrapa la pelota un rival, ya va indicando a su jugador con generosa muestra de aspavientos dónde y cómo tiene que ganar la posición. Si su equipo aprieta y estrangula al enemigo con posesión del esférico, el técnico lo celebra y comparte puños en alto, rabioso. Más allá de los gustos estéticos o de la capacidad para exprimir más o menos talento de una plantilla fabulosa, a Simeone no se le puede negar una virtud: lo deja todo cada tarde, aunque como ayer, el Atlético navegue en tierra de nadie por una Liga que ganó Messi. Ese espíritu cholista resulta encomiable en estos tiempos de confort, en el que todo el mundo se cree con derecho a protestar o exigir. No se juega casi nada el Atlético, salvo los intangibles. Aquella frase que pronunció el técnico argentino cuando fue presentado hace siete años, «honrar esta gloriosa camiseta rojiblanca». El Atlético lo hace. Y Morata es su primer apóstol ahora que ha encontrado su lugar en el mundo. Allí donde le discutieron de forma cerril su pasado madridista, como si pudiesen borrarse los ancestros, ahora le aplaude un Wanda entregado que aprecia su voluntad y su tenacidad. Morata hizo el primer gol de la noche lluviosa y gélida en Madrid por tesón. Se lanzó con brío a capturar un buen centro de Juanfran, otro que no se rinde. Jugó bastante bien el Atlético en ese primer tramo, inspirado Lemar, fluido Griezmann, fajador Morata. Lo que se puede esperar de un plantel con ingenio. A Morata le anuló el árbitro un golazo. No atinó el delantero en un contra al galope con Griezmann. Lo que pudo ser una goleada al descanso se convirtió en zozobra porque el Valencia empezó a carburar a partir de la sensatez de Parejo y el vértigo de Guedes. Gameiro, al que silbó parte del público sin que se pueda entender la razón, empató en un despiste colectivo de la zaga colchonera. Toque y gol El partido derivó en diversión en la segunda parte. Sucedieron cosas en una noche que no prometía. El Atlético funcionó con desparpajo y ambición. Construyó un gol precioso, medio equipo tocando cerca del área rival que culminó Griezmann, intuitivo y veloz. Oblak dibujó la estirada de la noche, perfecto en anticipación y destreza, a un tiro de Gameiro. Morata la tuvo de nuevo, eléctrico para cazar un pase de Griezmann. Simeone le concedió una salva de aplausos a Lemar, sustituido después de un partido muy potable. Intervino el VAR para descifrar una mano de Sául en un chut de Gameiro. Parejo empató el encuentro. Correa coronó una sesión trepidante, muy vivo el Valencia, pujante y enérgico, con un golazo por la escuadra. Se colgó el Valencia de su esperanza, pero no pudo cerrar el turno con éxito. El Atlético tuvo empaque.
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