domingo, 25 de noviembre de 2018

Dembélé redime a un Barça pálido en el Wanda

La noche de los redimidos dejó la Liga en la misma perspectiva. El Atlético se sintió líder después de una sesión azarosa y áspera en la que Diego Costa volvió a marcar en la Liga nueve después. El Barça sufrió en el Wanda, se nubló su visión y estuvo a un palmo de sucumbir ante un enemigo tenaz. Le salvó Dembelé, el proscrito que no siempre llega tarde. Un imponente mosaico cubrió el perímetro del Wanda como si llenara la planicie de cereales en la Tierra de Campos. «Eres de España aureola y del fútbol, el coloso», clamaba el tifo, decorado el estadio con la bandera de España y los colores del blanco y rojo del Atlético. Una incitación al orgullo colchonero, como si el público asistiera al viejo Calderón, y una exaltación de patriotismo frente a un club cuya directiva no parece neutral en la causa independista. El fútbol se bloqueó durante el primer acto por las esencias de cada equipo. El Barça requiere a Messi en una dependencia exhaustiva. Su mundo se para cuando el astro merodea entre líneas, se ladea hacia un costado o baja a recibir el balón cerca de sus defensas. Nada sucede si Messi no quiere. Y el Atlético se sintió cómodo con esa obstrucción general, puesto que su credo santifica el 0-0 par empezar a ganar cualquier partido. Robar y castigar El Atlético concedió demasiado a su enemigo antes del descanso. El balón, por supuesto, no estaba en discusión. Desde que este equipo es lo que es con Simeone, prefiere robar y castigar antes que generar y preocupar. La posesión, esa inutilidad para el Cholo, cuando se puede ser más directo. Sucedió que el Barça capturó la pelota en exclusividad, tan armonioso su juego por la zona central que el Wanda se dispuso a sufrir la primera ocurrencia de Messi en asociación con Alba por la izquierda o con Suárez en cualquier circunstancia, que para eso son inseparables siameses y beben mate juntos. Pero el argentino insuperable también se bloqueó en la maraña de piernas que activó Simeone a su alrededor, siempre varios jugadores dispuestos a cancelar su avance. No hubo opciones de gol claras, así lo quiso Simeone en un plan reconocible por todos los costados. Cuando Rodri o Koke asumían el balón, tampoco había grandes iniciativas para plantear otra cosa que pases previsibles hacia los lados, donde Filipe mostró voluntad y algún enganchón y Arias descubrió dificultades para asociarse. Algún destello de Griezmann sin fuerza para desnivelar la contienda. Y el ardor guerrero de Diego Costa para pelear sin desmayo por cada lanzamiento de Oblak, balón elevado de Lucas o pase al espacio de Filipe. La grada detectó más picante en los arabescos de Ter Stegen en el juego de pie y en un presunto hurto que en la elaboración de su equipo, inexistente durante 45 minutos. También adivinó algún resquicio en el fútbol árido, de choque se planteó hacia el final del primer tiempo y en el que cayó el Barça por la vehemencia de Arturo Vidal. El Atlético planteó una prueba de largo aliento. Se trataba de comprobar quien se cansaba antes, si el Barça de percutir contra Lucas y Savic o el propio grupo rojiblanco de poner palos en las ruedas. Simeone entregó minutos a Vitolo en el recambio de Lemar, un futbolista que aparece y desaparece como el Guadiana a bordo de una zurda impecable. Y durante muchos minutos aquello pareció más cerca del triunfo local. El Barça empezó a perder la paciencia, a flaquear su confianza y perder fuelle. El Atlético enseñó el colmillo en un par de arrancadas de Griezmann sin rematador final, exhausto Costa después de recorrer tantos metros. El Barça palideció sin oportunidades que echarse al gaznate, Suárez contra el mundo. El Atlético vio el cielo abierto con las interrupciones, las faltas y el empuje del Wanda en cada saque a balón parado. En uno de ellos, Costa se elevó sobre su sequía y cabeceó a gol después de nueve meses en la Liga. La celebración exacerbó al público y generó un cortocircuito momentáneo en el Barça, desactivado por un rival más voraz entonces. En ell callejón sin salida, apareció al fin Messi, descubrió un agujero, y el díscolo Dembelé restableció el empate en un tiro que abocó al Wanda y a la Liga al statu quo inicial.

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