jueves, 27 de septiembre de 2018

El Sevilla tumba las promesas de Lopetegui

Cuando hay visita al Pizjuán el cerebro responde desde primera hora. Sin darse uno cuenta empieza a silbar el himno del Arrebato. Es algo ya pavloviano. Como la vacuna, que duele un rato antes de que te la pongan. También se sabe bien lo que le espera al Madrid allí; normalmente un partido serio, intenso. Pero esta vez la dificultad no vino por la presión o el ardor, sino por un orden superior sin aspavientos ni machadas. Machín, su entrenador, volvía a desquiciar al Madrid. Puso a los buenos, abrió el campo, dejó a Banega de cinco y su equipo pasó sobre el Madrid, que solo respondió fantasmalmente cuando ya no había partido. Ni rastro de la presión madridista, y señales de toque muy breves y lejos del área. ¿Se echaba de menos la adherencia de Isco en la mediapunta? En el 17, tras un susto de Ben Yedder, ya marcó el Sevilla con pase de Navas por la zona siniestrada de Marcelo y gol de André Silva. Navas iba a ser un problema constante aunque fue Banega el que empezó a manejar el partido como si todo saliera de su imaginación o fuera un sueño suyo. El segundo gol vino de un córner... del Madrid. La contra de Navas no la abortó Marcelo, ni la persiguió Marcelo. Empezó cerca de Navas y acabó lejos de todos. El rechace lo aprovechó Silva de nuevo. El Madrid respondió solo con un zapatazo lejanísimo y casi irreal de Bale, el único vivo entre zombis, y el Sevilla encadenó unos minutos lujosos. El Mudo Vázquez tiró al palo en una contra que el Madrid observó ya como desde fuera de su propio cuerpo. La expresión “último hombre” se suele usar para los defensas, pero Benzema parecía el “último hombre” más que propiamente el delantero. Ni rastro de Modric o Asensio en ese rato importante del partido. Hubo una jugada significativa. Arana condujo la pelota durante cuarenta metros sin que nadie le saliera al paso. Parecía un espontáneo. Había lagunas, distancias enormes, y mucha blandura en el Madrid. Casi morbidez. Un desastre defensivo tradicional, como placas de hielo desgajándose, islotes enteros yendo a la deriva polar con pingüinos como centrales diciendo adiós con la mirada a sus centrocampistas. Ben Yedder hizo el tercero en un balón rechazado tras un córner. Dos goles en segunda jugada. Esto es una especie de marcador de la atención de un equipo. Marcelo volvía a estar implicado acudiendo tarde a la lucha por el balón previo. Sergi Gómez aun pudo otro. Para el cuarto parecía haber una rifa. Mariano en el banquillo se mordía los puños. Espera su turno como un boxeador. El Madrid jugaba de coral. Es un color antifutbolístico que transmite nerviosismo y que distrae. Unas veces parece rosa y otras parece rojo. Es un color que no se decide. Antes del descanso, el Madrid consiguió transmitir las primeras sensaciones de vida ofensiva. Contó una vez Juan Carlos Osorio, el último entrenador de México, que a partir del tercer gol ya no importan ni el estilo ni el juego. Por eso. «El 3-0 es el límite entre una derrota dolorosa y una catástrofe deportiva». El Madrid salió del descanso con otra mentalidad, o al menos con mentalidad. El VAR ayudó a anular un bello gol de Modric por medio de cuerpo (medio cuerpo de Modric) en fuera de juego, y el partido se puso vibrante durante un rato. Modric lo intentó y Vaclik le paró a Bale lo que nadie antes. Courtois, como aquel Boomer del chicle de la infancia, se tuvo que estirar para evitar el cuarto. Ya estaban Lucas y Mariano, un cambio entre la revolución y la extrema unción. El Madrid se quedaba con tres centrales, una variante habitual en Lopetegui que mejoró al equipo. En Nervión probó Zidane esa opción y salió rematadamente mal. Viendo en septiembre el balance defensivo del Madrid, con el lentísimo y solitario retorno de Kroos, la Liga se antoja como un larguísimo valle de lágrimas. Un vía crucis. Una peregrinación de rodillas a Lourdes. Vestido de coral y en su actual estado de forma y perimetro, Marcelo parece alguien en un resort. Para colmo, y con los cambios hechos, se lesionó. Ahora mismo Nacho tiene que suplir a Carvajal y a Marcelo y puede que a un central si alguno se lesionara antes del derby. Nacho tiene que suplirse incluso a si mismo. El Madrid se quedaba con diez, gafado arriba y a merced de las contras del Sevilla. «Sola, perduta y abbandonata» como la Callas en aquella ópera. Esto abortó la mejoría mínima que había tenido el equipo en su búsqueda del gol de la honrilla. Desaprovechó el Madrid el tropiezo del Barcelona, pero sobre todo defraudó muchas de las promesas de Lopetegui. Lleva tres partidos de Liga sin ser superior al rival y en Sevilla, además, fue claramente inferior.

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