lunes, 10 de septiembre de 2018

Alberto Fernández, bicampeón del mundo: «Me queda quitarme la espinita de unos Juegos»

Calma, concentracion. El momento clave había llegado. El silencio que se respiraba en el Campo de Tiro Internacional de Changwon (Corea del Sur) se rompió. Un grito, un disparo y un crujido sonaron casi de forma armónica. Todo concluyó en décimas de segundo. La última serie del campeonato del mundo de foso olímpico terminaba con el español Alberto Fernández celebrando la conquista del oro. Una victoria propia de una película. Seis contrincantes en una de las muertes súbitas más largas de la historia del tiro. Un desempate agónico en la final del Mundial. En juego, el oro, la plata y el bronce, además de cuatro plazas directas para poder acudir a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Sin dudas, sin miedos, Fernández dio un paso al frente. No era la primera vez que lo hacía. Con su escopeta, fiel compañera en una carrera que comenzó hace ya más de una década, amarró la plaza para los Juegos y sentenció el Mundial, el segundo oro a nivel individual de su palmarés. Su marca, 48 platos de 50 posibles. «No es la primera vez que gano, pero estas cosas, aunque ocurran cien veces, cada vez gustan más y dan más alegría. Estoy muy contento», explica a ABC. Los logros del tirador español son, sin embargo, solo la punta del iceberg de una metódica preparación. Detrás del oro se esconde una vida dedicada a este deporte. «Cuando era niño iba con mi padre a verle tirar o a cazar, hasta que una vez me dejó probar. Siendo tan pequeñito, la ilusión de acertar y romper un plato por primera vez... creo que eso fue el detonante», confiesa en su conversación con este periódico. El comienzo de Fernández en el noble arte del disparo se gestó en ese ambiente familiar. Los primeros entrenamientos llegaron cuando tenía nueve años, desde entonces, un sinfín de horas de práctica para mejorar el adiestramiento. «En cualquier deporte olímpico, para estar arriba hay que entrenar todos los días. Cuando era senior y ganaba alguna competición nacional, veía que tenía que dedicar más horas si quería llegar más lejos. Gracias a ello me vi más preparado y más fuerte, tanto en el aspecto físico, como el mental y el psicológico. Los tres son fundamentales para el éxito», explica. Ambición olímpica En Corea del Sur, Alberto Fernández no solo se convirtió en campeón del mundo por segunda vez, también en el primer español en clasificarse para los Juegos Olímpicos de Tokio. Serán los cuartos de su carrera, pero también su asignatura pendiente: «Tengo esa espinita, fui muy preprado las tres veces anteriores y no conseguí medalla ni entrar en una final. No fue una experiencia mala, pero me queda esto. He sido capaz de ganarlo todo, campeoantos mundiales, europeos y de España, he estado en lo más alto del ránking, pero me falta ese logro». No obstante, la competición más importante del mundo para prácticamente cualquier deportista no aparece para Fernández como la meta final de su carrera profesional. «Este es un deporte muy longevo. Mi objetivo es la medalla en Tokio, pero, si la lograse, nada más bajarme del podio ya tendría la cabeza puesta en París 2024», afirma. Aunque «queda mucho para Tokio», el madrileño, a sus 35 años, considera que se encuentra en el mejor momento de su carrera. «La mejor época de un tirador esta entre los 30 y los 50 años. En Tokio tendré 37, de modo que mentalmente llegaré mucho mejor, más maduro. Siempre se aprende de los errores que uno comete en el pasado», considera. «La intención siempre es aspirar a más, no me pongo límites. Este campeonato del mundo lo he saboreado como ningún otro, por la dificultad del campo. Ahora vienen otras metas. En 2020, los Juegos, donde me intenraré quitar definitivamente esa espinita», añade el campeón del mundo. Con todo, la preparación y las metas no siempre son sinónimo de éxito en esta disciplina deportiva. Otros elementos juegan un papel fundamental a la hora de disparar. El aire, la luz del sol o los cambios horarios suponen una lucha constante entre el escopetero y su objetivo: «No es fácil adaptarse. El aire es imprevisible, por mucho que te ejercites en un campo nuevo, nunca sabes cómo puede afectar en la trayectoria del plato», sentencia el olímpico.

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