
«Si era complicado repartir la cama entre cuatro, imagínate entre seis». Esta reflexión procedente del PP tras la clausura de su convención «refundacional» demuestra la incertidumbre que se ha instalado en todos los partidos ante las elecciones municipales, autonómicas y europeas de mayo. Con Íñigo Errejón y Santiago Abascal como los nuevos invitados a esta «orgía» política, se va a acentuar la italianización de nuestros parlamentos y consistorios y se van a complicar aún más las alianzas. La política se ha convertido en una inmensa paradoja. Aumenta el riesgo de vetos mutuos entre partidos y liderazgos, se incrementa la polarización por bloques ideológicos, se destierra la centralidad porque la moderación necesita escorarse en posturas y equilibrios imposibles, y los efectos de esta fragmentación en la ley D´Hondt son imprevisibles. Y con esos mimbres, cualquier partido perdedor puede ganar. Pedro Sánchez y Juanma Moreno son la evidencia. La ruptura en Podemos puede beneficiar al PSOE… o no. Y paradójicamente la fragmentación en la derecha ha permitido al PP acceder al poder en Andalucía. Mil quinientos votos en una gran ciudad pueden alterar la composición de un gobierno municipal o autonómico, cosa que antes era harto difícil y ocasional. Ahora se va a convertir en algo habitual, más aún en unas elecciones como las de mayo que serán el ensayo de las generales porque, a priori, la movilización a izquierda y derecha promete ser masiva. Contrarrestarse entre si tanto en la izquierda como en la derecha puede ser sinónimo de sumar y gobernar, o de provocar una hecatombe orgánica en cualquier partido. Así de simple. La convención diseñada por el PP para su rearme ideológico, y para la recuperación icónica de una paz interna que sigue lastrada por egos y rencillas irreconciliables, ha inaugurado la subasta en busca del voto útil. José María Aznar apeló al liderazgo como la clave de la nueva etapa política. Mariano Rajoy, en cambio, llamó a huir del sectarismo. El PP no es Vox… Solo quiere a los votantes de Vox. Se trata de sembrar la duda en el votante ideológico de la derecha exhibiendo autenticidad. El simplismo de la estrategia contrasta con la dificultad de lograr el objetivo. Pero ocho meses después del shock, Génova empieza a vislumbrar un punto de euforia interna empujado por el golpe asestado al PSOE en Andalucía. Es la misma euforia que emergió en el PSOE tras la moción de censura, y que ahora se ha transformado en severa preocupación. Los sondeos empiezan a no ser útiles ni siquiera como tendencia, porque hacer cualquier cálculo de estrategias electorales con una mínima probabilidad de acertar quién gobernará finalmente un ayuntamiento resulta poco menos que imposible. Las urnas en mayo se convertirán en una incierta lotería porque la política se ha instalado en una provisionalidad constante, y evaluar el efecto real de la radicalización de muchos votantes españoles exige manejar un amplio margen de error. Por eso el PP ha concluido que la identificación de un partido con sus principios y valores no tiene nada que ver con una radicalización impostada y estética sometida a la deriva pendular de nuestra política hacia los extremos. Todos han de pescar en caladeros ajenos. Y solo quien exhiba un plus de autenticidad tendrá, a priori, más opciones que aquel partido que se convierta en lo que nunca fue.
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