domingo, 27 de enero de 2019

Los «iconocastas»

El aterrizaje en nuestra democracia de Podemos ha cumplido hace apenas quince días su primer lustro -quizá no cumpla el segundo-. Desde el mismo momento de su alumbramiento algunos ya vaticinábamos, sin necesidad de consultar al oráculo de Delfos o de ofrecer sacrificios a la Sibila de Cumas, que la formación naciente sería un partido con todas las mimbres y defectos del comunismo más acendrado y retrógrado, es decir, un partido en el que el personalismo y la adoración cuasidivina hacia el líder estaría por encima de todo y de todos. Nacía la formación morada, además, asociada al ecosonante nombre de un personaje histórico, lo que en el imaginario colectivo podía llevar a confundir al socialista Pablo Iglesias con el pijoprogre de la coleta y las pulseritas. Aquella aventura podría haber sido una aventura más de Los Cinco de Enid Blyton. Cinco eran cinco los apóstoles iniciados. Todos ellos unidos por un lugar común -cierta facultad de tuforancio-, y por un socialismo más teórico que vivido en carne propia. Aquellos cinco, además del icónico líder, eran: una rica mujer llamada Bescansa, el camarada pseudointelectual Monedero, el más «alegre» de todos, un tal Luis, y quizá el único que de verdad creía, al menos al principio, en un proyecto político regenerador, el siempre adolescente Errejón. Cinco años después el vaticinio se ha cumplido cumplidamente. De aquel grupo que empuñaba en Vistalegre la Internacional a voz en grito sólo queda ya el amado líder. A unos los ha apartado de la foto su amor al dinero extraño -caso Monedero-, a otros sus discrepancias con la réplica chinesca de papaíto Stalin -caso Bescansa y Alegre-, y al último, su necesidad de seguir estando en primera línea. Pero en Podemos y en sus franquicias hay mucha más gente. En Castilla y León, donde Podemos es otra clase de Podemos -también se ha escrito aquí-, el líder es, al menos, bastante más coherente que su homólogo nacional. Ha demostrado Pablo Fernández en esta legislatura tener una notable altura política y un buen olfato, los suficientes al menos para que Herrera le respetara -cosa no siempre fácil- y para eclipsar casi por completo la ya de por sí mortecina luz del líder socialista, un Tudanca que, como Hamlet, se ha pasado la mayor parte de este tiempo comido por la duda del ser o no ser. Sin embargo, en una formación que, como el caso de Ciudadanos, ha vivido más de la imagen nacional que de los logros regionales propios, el ascenso o el descenso en las próximas urnas estará supeditado a aquella. Y en Madrid los del discurso de la casta han pasado de ser iconoclastas a «iconocastas». O sea, iconos de la casta. Mal augurio.

De España http://bit.ly/2WlaUTg

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