miércoles, 23 de enero de 2019

El trasto

La cabina telefónica la iban a retirar del panorama, como el que retira un esqueleto del ferrocarril de la cháchara, como el que se lleva un cadáver con entraña de décadas. La iban a retirar, la cabina, pero el Gobierno, y los de Telefónica, le ha dado una tregua al artefacto, y ahí está todavía, hasta finales de este año, o sea, que tiene las horas contadas, igual que los clientes, que dicen las encuestas que son uno o ninguno, al día. Uno, paseante de vocación, y de oficio, no ve en la cabina, ya, sino un estorbo, porque la cabina no la usa nadie, y estéticamente es un prescindible bulto atentatorio. En Madrid, hay dos cabinas que aún tienen cierto uso, la de la calle Hacienda de Pavones, y la de Marqués de Vadillo. Y cuando decimos «cierto uso» queremos decir que cuatro usuarios prueban a llamar, por semana, siempre que la cabina funcione, porque es muy a menudo el juguete del recreo de los vándalos. Esta noticia de que la cabina tiene una tregua de meses, antes de la extremaunción, nos ha traido dentro una noticia mayor, e impensable, casi, y es la noticia de que la cabina aún existía. Quiero decir que la cabina está ahí, pero no se ve, porque nadie la usa, y todo el mundo camina con la cabeza dentro de un móvil. Somos un cruce de móvil y patinete. Nos consta, alcaldesa, que no es cuidado de su oficina el asunto de la cabina, pero sí hacemos hoy la glosa mirando al Ayuntamiento porque la cabina es como un pariente de la ciudad, y de todos, un pariente siempre quieto, en la esquina correspondiente, un pariente de la artesanía de la memoria al que ya nadie le hace ni poco ni mucho caso. Nos gusta pensar que quizá, si quedara alguna cabina viva, a final de año, se conservara el trasto para el museo de la nostalgia de lo que fuimos, cuando López Vázquez era un vecino que se quedaba encerrado en la cabina. Tuvimos el primer teléfono público en el Florida Park, entonces llamado Viena Park, ahí donde Lola Flores perdió un alhajón, en medio del escenario, ahí donde preparó programas inolvidables José María Iñigo. Una llamada telefónica era entonces un milagro y el teléfono mismo una artesanía de Marte. Dejemos una cabina para el museo de los ingenios antiguos, como un saurio de las esquinas de la ciudad.

De España http://bit.ly/2R8N7SI

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