La gran y única baza que jugará el independentismo en 2019 es su mismo farol de siempre. Tratará de que los demás no se den cuenta de su derrota y de que se ha quedado sin opciones; e intentará vender lo más cara posible la piel del oso. Torra y Puigdemont saben que han sido vencidos pero que aún tienen una cierta capacidad de intimidación para amenazar a sus adversarios. No les sirvió para evitarse el destierro y la cárcel, pero sí para que el presidente Rajoy aplicara el artículo 155 en su versión más suave. El expresidente del Partido Popular de Cataluña, Xavier García Albiol, describió en ABC aquel día como el más amargo de su carrera política. En los preparativos del Consejo de Ministros que se celebró en Barcelona el pasado 21 de diciembre, volvió el miedo del año pasado y como el año pasado quedó a la hora de la verdad reducido a folclore callejero. La debilidad de Sánchez Pedro Sánchez y su debilidad parlamentaria son la víctima propicia de esta trampa. Un poco porque Puigdemont y Torra están más convencidos de su derrota que el PSOE -como antes el PP- de la victoria del Estado. Otro poco porque los socialistas nunca se han sentido cómodos con un discurso duro sobre Cataluña, y menos ahora que en su suicida competición con Podemos pretenden pasar por madres de todo. Y también -y es un gran «también»- porque sin los votos de los independentistas, Pedro Sánchez no podrá tener sus presupuestos ni ninguna otra victoria parlamentaria. Más de fondo, y menos tangible, está el razonamiento de que o bien Sánchez gana las elecciones por haber «pacificado» Cataluña o bien las pierde por no haberlo logrado y «haber negociado con golpistas». El independentismo sabe que ha perdido pero amagará con lo que tenga o encuentre para mantener la tensión. Sobre todo hasta la gran fecha que tendrá este año, que llegará cuando se haga pública la sentencia del 1 de octubre. En los días previos al pasado 21 de diciembre, los Mossos recibieron mensajes de Arran -las juventudes violentas de la CUP- advirtiéndoles que los disturbios de aquel día serían moderados, un mero ensayo general de la insurgencia que preparan para contestar la decisión del Tribunal Supremo si no es de su agrado. En el «mientras tanto» -por decirlo al modo de Miquel Iceta, líder de los socialistas catalanes- se celebrará el juicio bajo la sombra de esta amenaza y con los imprevisibles «sustos» de Quim Torra, que es como el presidente del Gobierno irónicamente se refiere a las periódicas astracanadas del presidente de la Generalitat. Un independentismo sin un objetivo claro, sin una estrategia concreta, sin líderes creíbles habilitados y que ha perdido la sonrisa intenta ganar tiempo a la espera de que algo suceda. Podría ser una desorbitada indignación popular como consecuencia de una dura sentencia judicial, pero todos hemos visto cómo acaban para el independentismo sus tentativas de desorden público, y aunque es cierto que la Historia se repite hasta que deja de repetirse, también lo es que cada vez que de verdad el independentismo se ha encontrado ante el sistema, con su promesa de intentar derribarlo, ha optado por no hacerse daño y «volvían a sus cuidados las personas formales». Las negociaciones entre Gobierno y Generalitat van un poco más allá de lo que ambos admiten pero desde luego no tan lejos como denuncia la derecha. Sánchez juega a ofrecer expectativas sin concretar, Torra perfecciona cada día su parodia de «Alguien voló sobre el nido del cuco», en su papel de enfermera, Artadi intenta ofrecerse como interlocutora al Gobierno para ser la próxima presidenta de la Generalitat y Esquerra exactamente lo mismo, con el asunto pendiente de la situación de Oriol Junqueras, que se ha mantenido, desde su ingreso en prisión, ajeno a cualquier bronca, gesticulación o provocación, y mostrando respeto hacia la Justicia y disponibilidad para garantizar la gobernabilidad de España. Las ocurrencias de Torra Pedro Sánchez intenta aprobar los presupuestos pero no se atreve, de momento, a profundizar mucho más en su búsqueda de una solución política para Cataluña. En parte porque no se siente a gusto con su principal interlocutor, Quim Torra. No confía en su estabilidad personal ni política, ni está seguro, cuando habla con él, de si le está contando su última ocurrencia o alguna idea con apoyos más amplios en el independentismo. Y en parte, también, porque Sánchez espera que tarde o temprano podrá tener de interlocutores a Artadi o Junqueras, que de momento no dan el paso de contradecir en público a Puigdemont/Torra por miedo a ser acusados de traidores por la turba. Puigdemont necesita el farol y tensa artificialmente el conflicto para que su estela, cada vez más menguante, no acabe de apagarse. Su considerable influencia de las primeras semanas se ha ido debilitando y ahora se ha convertido en un tuitero más del agit-prop independentista en las redes sociales. Ha engordado, su aspecto físico está cada vez más dejado y Barcelona pesa mucho más que Waterloo en la toma de decisiones, tanto concretas como generales. Artadi lo da por amortizado, y su jefe de gabinete, Jaume Clotet, se ha pasado el otoño filtrando los más ofensivos bulos y rumores para desprestigiarle. Esquerra tampoco cuenta con él para nada y entiende que cualquier mejoría de la vida política catalana pasa por la superación -política y hasta personal- del fugado. Se le acabaron las famosas «jugadas maestras» al hijo del pastelero de Amer. Incluso en el independentismo más fiero, todo el mundo empieza a hablar de él en pasado.
De España http://bit.ly/2StvBKr
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