
Una noche de locura copera, idas y venidas al videoarbitraje, y goles de todos los colores fulminó al Atlético en la Copa del Rey. Destrozo en el plan de ruta del equipo de Simeone, que flaqueó sin remedio en la defensa y la portería ante un Girona que demostró la mismas entereza y fe que tuvo el Atlético para remontar dos tantos. La diana de Griezmann pareció definitiva, pero no lo fue. Aún quedaba el zarpazo de Borja García. El VAR, decisivo, anuló dos tantos al grupo colchonero, ambos por fuera de juego de Kalinic y Arias. Una mezcla de ansiedad y zozobra aderezada con un silencio de sepulcro acompañó a los jugadores del Atlético mientras enfilaban el túnel en el descanso. Se escuchó nítido, como un desgarro nocturno, el silbido de Mateu Lahoz al decretar el final de la primera parte. Toda la incertidumbre y la agitación que genera la Copa del Rey se concentró en ese paseíllo. Es muy emocionante este torneo, el tercero en la escala de valores de cualquier equipo grande en la comparación con su majestad la Champions o el pan nuestro de cada día en la Liga. Es jugar con el riesgo y el miedo, la eliminación en el rellano, el todo o nada separado de unos centímetros, de un remate al poste o a la red, prórroga a la vista. El Atlético compareció con traje de celebración, su mejor repertorio disponible salvo Griezmann y en segundo término Rodrigo, ausentes de inicio como Vitolo, el mejor el pasado fin de semana ante el Levante y víctima ahora de otra lesión muscular que lo tendrá tres semanas de baja. Pero el envoltorio resultó insuficiente ante el Girona, un equipo cuajado, bien gestionado por Eusebio que por motivos de expediente X se le atraganta a Simeone, quien nunca antes de ayer había ganado a los catalanes. Y no había ofrecido síntomas de alarma la noche para el Atlético, ya que sus recursos funcionaron hasta el gol de Valery. Potente presión en campo contrario, la línea de zagueros alejada de Adán, secuencia de oportunidades gracias al robo cerca de Iraizoz y bastantes remates cerca del área. El gol llegó en un desmarque de Kalinic a la espalda de su defensor en un buen pase de Godín. Lo hizo bien el croata, un jugador que sin embargo deja frío al personal. Volvió a marcar en un lance de oportunista, pero el VAR ratificó la anulación del tanto por fuera de juego decretada por Mateu. Sin haber sufrido acosos del Girona ni vivir en una sensación de agonía, el partido se envenenó de repente para el Atlético en un magnífico disparo que enganchó Valery y al que Adán no llegó. El gol activó al Girona, despertó a Stuani y encogió al Atlético, que casi celebró ese silbato de Mateu. Los sudores fríos empezaron a recorrer el Wanda con una falta lateral ejecutada de manual, el centro templado de Granell y el testarazo imponente de Stuani, que se hizo hueco entre Giménez y Godín, para marcar ell gol que eliminaba al Atlético. Comparecieron Rodrigo y Griezmann, los dos que faltaban, para aglutinar todo el talento rojiblanco concentrado en treinta minutos a destajo. Media hora para marcar dos goles. El Atlético ingresó en ese estado febril que provocan las remontadas, con más testosterona que juego, más énfasis que ciencia. El Girona congeló el partido con cambios escalonados, jugadores por los suelos, parones y todas esas artimañas conocidas. El gol vino por insistencia. Lo consiguió Correa con tranquilidad. No se marchó un alma del Wanda, convencida la parroquia que aquello no estaba perdido. Como el día del gol del cojo de Godín y otras tantas tardes de entusiasmo rojiblanco. Hubo momentos de zozobra, pero el equipo madrileño creyó. Y le dio la vuelta a la eliminatoria en una fabulosa combinación de los franceses. El balón elevado de Lemar y el tiro, casi sin ángulo de Griezmann. Parecía el fin de fiesta, pero tampoco el Girona se rindió. En una contra marcó Borja García dentro del área, solo, para congelar el aliento del estadio y eliminar al Atlético en el último segundo.
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