
Para empezar, noche fría. Así comenzaba Emilio Butragueño una de esas maravillosas entrevistas previas en las que hace de embajador de Perogrullolandia. Es verdad, hacía frío. Era lo más notorio en un partido que tenía muy pocas razones de ser. Pocas y todas en el lado del Leganés. Debutaba Kravets, que estuvo muy animoso (se retiró lesionado en la segunda mitad) y en el Madrid Solari volvía al 4-3-3, el esquema que mejor garantiza el tedio últimamente. La novedad era que Marcelo hacía de 10 por delante de Reguilón. Dos laterales era como ningún lateral y el primer peligro local siguió llegando por ahí, por la banda de Marcelo. Así, en el 21 Lucas le quitó el remate a Kravets cuando iba a fusilar a Navas. El Madrid había salido con menos tensión que el escritor de los discursos de Moreno Bonilla y al Leganés no le quedó otra que asumir que el partido era suyo. Isco intentaba cosas, pero parecía incomunicado y estático como un jugador de subbuteo; en su nuevo puesto, Marcelo regalaba cada pelota que le daban. El Madrid tuvo su primera llegada en el 29, una contra mal acabada por Isco. Vinicius, que estaba de 9 y muy lejos de todo, lo intentó por primera vez en el 40. Eso fue la primera parte. El dominio local se convirtió en otra cosa alrededor del minuto 20. Del 20 al 30 hubo leve vislumbre de Alcorconazo. El Leganés ya creaba peligro colgando balones para Sabin y en el 30 consiguió el 1-0. El pase, otra vez desde el sitio de Marcelo, lo remató Braithwaite, que también remató su rechace con la defensa de miranda. Tras el gol, el Madrid apretó un poco más en las bandas a partir del ejemplo guerrillero de Lucas Vázquez. Marcelo y Reguilón cambiaron su puesto, señal de que algo pasaba (poner a Marcelo de 10 parece lo natural, pero nunca ha funcionado) y el partido volvió al tono inicial: dominio del Leganés, pero sin ocasiones. Solari hizo un cambio interesante en el descanso. Metió a Ceballos, que dio consistencia, naturalizó a Marcelo y devolvió a Vinicius a la banda para aprovechar su conducción y desborde, quizás el único nervio del equipo. Isco quedaba de falso nueve, lo que en cierto modo era ponerlo en un extremo del juego, lejos de la zona de influencia. El Leganés no salió encorajinado del banquillo, sino disminuido, y el Madrid fue recuperando el partido. Comenzó a atacar. Un filósofo francés que una vez se ocupó del fútbol se hizo una gran pregunta: ¿por qué ataca un equipo? El Madrid ya tenía un propósito y su mecanismo comenzaba a funcionar. Se disipó cualquier sospecha de debacle madridista o gesta cucurbitácea y empezó a verse un poco a Vinicius. Isco, que estaba en los confines del equipo como falso nueve (daba una lastimosa sensación de desterrado) fue sustituido por Cristo, dándole al equipo cierta verosimilitud como delantero puro. Pero Cristo hizo poco. El Madrid tampoco es que atacase mucho. Vinicius tuvo algunas llegadas en las que definió flojo y naif, más bien «indefinió». Federico Valverde, que tiene un entusiasmo particular, dejó algún detallito. Poco más. El partido llegó a estar cataléptico y solo reavivó al final. Braithwaite remató con peligro en el 84 y Sabin tuvo un cara a cara con Navas en el minuto siguiente, pero la tiró fuera. En ese repunte de intensidad, Pellegrino, el entrenador del Leganés, fue expulsado por protestar. No hubo realmente nada digno de protesta y no parece él alguien dado al alboroto. Brahim volvió a tener unos minutos al final y dio un palo tras una buena jugada de Vinicius. En la relajación postrera del Madrid, al borde del pitido, el Leganés pudo marcar el segundo. Lo evitó Keylor Navas con varias paradas de mérito consecutivas. Está entero y elástico y sigue transmitiendo sensación de titular. El Leganés por fin ganó al Madrid en Butarque, un triunfo que le valió una ovación de su público, y el Madrid evitó males mayores en un partido malo de solemnidad que no merece ni recuerdo.
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