«Progreso» es un término que goza de gran predicamento pero a veces se emplea para maquillar la realidad. Hay progresos que lo son a medias. Pero hay «progresos» que lo son sin el menor asomo de duda. El fin de la división histórica de las naciones europeas junto con el nacimiento de la ciudadanía europea común, promulgada solemnemente hace 25 años en el tratado de la Unión, es uno de estos progresos indiscutibles. Naturalmente, siguen existiendo importantes diferencias entre europeos, desde las actitudes sociales a las opiniones políticas, pero cosas como el odio religioso, las antipatías nacionales basadas en leyendas negras o los prejuicios raciales o sexistas, sólo se pueden entender ya como espectrales visitantes del pasado, por más que aún pervivan. De hecho, así venía a entenderlo ya un fraile benedictino español del siglo XVIII, Benito Jerónimo Feijoo, que en uno de los discursos incluidos en su Teatro Crítico Universal proclamaba la amistad natural de dos grandes pueblos europeos, cuya preservación nos toca muy de cerca: franceses y españoles: «Todos debemos repetir al Cielo nuestros votos para que nunca quiebre». En los años 30 del siglo XX, en París, grupos de reaccionarios solían llamar «les meteques» a los extranjeros que por entonces ocupaban en gran número las calles, cafés y terrazas de la capital. Maquetos, charnegos, meteques; una familia de etiquetas denigratorias que nos resulta bien conocida. Entre estos advenedizos y «meteques», como me cuenta mi colaborador Eduardo Robredo, gran lector, entre los parisinos se podían contar no pocos españoles, como el cineasta Luis Buñuel, que narra la anécdota en sus memorias («Mi último suspiro») ahora reeditadas. Esta animadversión de tintes raciales podía dar lugar a distintos altercados verbales y luchas tabernarias, tumultos facilitados por la innata tendencia humana de denigrar al grupo de enfrente, pero al parecer provocados más próximamente por la estrepitosa devaluación del franco. En aquel París era posible para un español beber Möet Chandon a peseta la botella, por increíble que suene. Conviene refrescar la memoria, ahora que el líder de Vox, Santiago Abascal, acaba de «enviar» a Manuel Valls nada menos que a La Martinica, y que uno de los principales reproches del populismo de izquierdas contra el candidato a alcalde de Barcelona es que se trata de un «político francés». Es decir, de un meteco.
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domingo, 4 de noviembre de 2018
Nosotros, los metecos
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