El golf protagonizó en Las Vegas un nuevo capítulo en cuanto a la promoción del deporte espectáculo. Con el sistema utilizado en las grandes veladas de boxeo, donde los pinchazos de los telespectadores consiguen millonarias recaudaciones, Tiger Woods y Phil Mickelson se jugaron mucho más que nueve millones de dólares. Estaba en juego la supremacía moral de los cuarentones frente al auge de los veinteañeros que dominan actualmente el golf mundial. Aunque a estas alturas del año ambas estrellas están lejanas a su mejor forma, la rivalidad que han mantenido durante dos décadas les permitió mantener alto el interés del partido, a pesar de que el juego dejó bastante que desear. Ninguno terminaba de estar fino en los greens e, incluso en las apuestas parciales de los hoyos, tampoco lograban ganarlas con claridad. Pero incluso en esto acertaron los organizadores: al jugar en formato match-play, lo importante era ir ganando hoyos, sin contar los golpes. Así, a pesar de la iniciativa del zurdo, el Tigre fue capaz de aguantar hasta el 18 y, con un gesto de generosidad, cuando podía haber forzado a su rival a embocar para seguir vivo, le concedió un putt de un metro que propició el desempate. Como la caballerosidad no está reñida con la tensión, quería ganar por sus propios aciertos, el mismo detalle que firmó Phil tres hoyos después. Finalmente, después de cuatro hoyos extra, con luz artificial y lluvia, Woods ya no pudo tentar más a la suerte y acabó mordiendo el polvo ante su eterno rival. En esos niveles de tensión, lo de menos era el dinero que dejaba de ganar. Lo había dado todo por triunfar una vez más pero en esta ocasión no tuvo su día. Mickelson, a su ritmo, embocó su último putt de un metro y ambos terminaron fundidos en un sentido abrazo. Quien había salido ganando era el deporte.De Deportes https://ift.tt/2FFHVWh
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