sábado, 24 de noviembre de 2018

LA HIPÓTESIS

Los analistas políticos no se ponen de acuerdo. Hay quienes están seguros de que habrá adelanto electoral al mes de marzo y quienes opinan que la legislatura durará hasta octubre. Esa misma división de opiniones se da entre ministros, diputados, sexadores de pollos, centinelas del Ibex y personalidades disociadas del hombre que tiene que decidir. El presidente del Gobierno no opina lo mismo que Pedro Sánchez. En lo único que coinciden todos es en que el envilecimiento que se ha apoderado de la vida política no tiene marcha atrás y que aún no hemos visto lo peor. Si el tiempo basura se eterniza habrá que que volver a colocar escupideras en los pasillos del Congreso para evitar males mayores. En sí mismo, ese argumento debería bastar para que la duda se resolviera en favor del adelanto. Si hemos de estar hasta octubre sumidos en este ambiente de malos modos, odios sarracenos, intercambio de insultos y exhalaciones salivares es mejor que la clase política —toda— se vaya preparando para recibir el castigo de los ciudadanos. La paciencia tiene un límite. No hay acuerdos institucionales, no hay presupuestos, no hay mayorías estables —las piezas de Frankenstein se caen a trozos— y tampoco hay respeto. Lo único que hay es pánico. En el PSOE, a equivocarse. En el PP, a hundirse. En Podemos, a minimizarse. Y en Ciudadanos a no alcanzar las expectativas que le otorgan las encuestas. Todos tienen mucho que perder y nadie sabe qué le conviene. Mis espías paraguayos me dicen que en Moncloa, con la materia prima que compra Tezanos en el mercado del CIS, han cocinado una proyección electoral que maltrata a PP y a Podemos. Al PSOE lo deja más o menos como está y a Ciudadanos lo convierte en segunda fuerza. A los cabeza de huevo que rodean a Sánchez les gusta tanto ese panorama que se han puesto a trabajar para sacarle provecho. La prioridad es convencer a Sánchez para que haga aquello que más perjudique a Pablo Casado. Las andaluzas le van a ir mal —pronostican— pero las municipales le favorecen. Su partido tiene más implantación que el de Albert Rivera y Vox, en las circunscripciones pequeñas, carece de capacidad para presentar listas que dividan el voto de la derecha. Por eso Iván el Terrible acaricia la idea de colocar las generales entre ambas elecciones. Si los populares salen trasquilados el 2 de diciembre y tienen que encarar en plena depresión sureña otra cita electoral —la más importante de todas— que también les es adversa, el PP puede desmoronarse y llegar al superdomingo de mayo —municipales, autonómicas y europeas— hecho unos zorros. El paisaje político cambiaría del todo. Tanto, que los socialistas podrían colocar sus huevos en dos cestas distintas. Si los independentistas se suben a la parra durante el juicio del procés, como cabe esperar, Sánchez podría intentar entenderse con Rivera resucitando el pacto que ambos suscribieron en enero de 2016. Es verdad que la idea de que Ciudadanos pudiera llegar a acuerdos de Gobierno con el PSOE en vísperas de las elecciones locales parece sacada de una película de ciencia ficción. A nadie le cabe en la cabeza. Pero el plan monclovita prevé esa complicación y apuesta por prolongar la interinidad del Gobierno de marzo a mayo —como hizo Rajoy de enero a junio de 2016—, hasta que los dados de todas las urnas hayan dictado sentencia. De ese modo Sánchez no tendría que apearse del Falcon antes de tiempo, Susana Díaz podría forzar la repetición electoral en Andalucía y se abriría paso una mega negociación política con todos los intereses —Ayuntamientos, Comunidades Autónomas y Gobierno central— encima de la mesa. No piense el lector que me he vuelto loco. Los espías paraguayos que me lo contaron estaban sobrios como jueces. Sé que suena muy raro. A mí, también. Por eso esta vez no me apuesto el pincho de tortilla y caña de todas las semanas a que estén en lo cierto. Pero piénsenlo por un momento. ¿De verdad sería tan malo? La realidad será mucho peor y nos devolverá a la España del escupitajo.

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