El pasaporte que temen los tramposos

Nadie en el mundo alternativo de la lucha contra el dopaje se atreve a imaginar, mucho menos a cuantificar, cuántas nuevas drogas o sustancias dopantes aparecen cada año en la órbita del deporte. La mayoría resultan indetectables, por desconocidas, para los controles. Como productos de vanguardia, desaparecen del cuerpo sin dejar huella en menos de 24 horas. Las autoridades antidopaje, lideradas por la Agencia Mundial (AMA), siempre van por detrás de la trampa. Y hasta que los laboratorios consiguen desarrollar y activar un test válido para descubrirlas, generalmente pasan años. Por este motivo, para gestionar la cartilla de salud de cada atleta, fue aprobado en 2008 el pasaporte biológico, una recopilación de los parámetros fisiológicos del deportista mediante múltiples análisis de sangre y orina durante un periodo de tiempo. En España se adoptó plenamente hace algo más de cuatro años. Consumada la siembra durante un lustro, los resultados empiezan a florecer. Tres positivos desde el pasado verano y varios casos más preparados para salir a la luz están en la agenda de la Agencia Española Antidopaje (AEPSAD). El pasaporte biológico establece un intervalo de valores entre los que deberían moverse los análisis de cada atleta. A estos datos se les aplica un modelo matemático para determinar su perfil biológico (niveles naturales de anabolizantes, hematocrito, hemoglobina...). El pasaporte permite detectar un presunto dopaje por variaciones notables en los niveles máximos o mínimos permisibles. No hay, como en los controles, la detección de una sustancia. Actúa a modo de radar. Si los análisis certifican un porcentaje superior al 99,99 por ciento de la media normal, el deportista puede ser acusado. El expediente termina en la Unidad de Evaluación de Pasaportes (APMV) de Lausana, un panel de tres árbitros hematólogos, acreditados por la AMA, analizan los resultados. Si el trío está de acuerdo por unanimidad, el caso pasa a ser considerado como «adverso». Un positivo. Tres ciclistas (Jaime Rosón, Ibai Salas y Vicente García de Mateos) son sospechosos de dopaje aunque ninguno de ellos dio positivo por un producto concreto. A los tres les pitó el chivato de las gráficas de su pasaporte biológico, el OffScore y el ABPS. El primero calcula las oscilaciones en la concentración de hemoglobina y reticulocitos. Y el segundo, más amplio, mide más parámetros de la sangre: hematocrito, hemoglobina, porcentaje de reticulocitos, conteo de glóbulos rojos y nivel de hemoglobina corpuscular media. Los expertos del antidopaje español están convencidos de que el uso de microdosis se ha generalizado entre los usuarios del dopaje para evitar una alta concentración de indicios en el pasaporte biológico. Una microdosis de eritropoyetina en cualquiera de sus versiones EPO, desaparece del organismo a los dos o tres días. La utilización de EPO en un ciclo normal, sin microrraciones, debe concluir dos o tres semanas antes de la competición para evitar cualquier rastro de la sustancia en un análisis. Y lo mismo para las transfusiones en microdosis. Las bolsas de sangre, célebres sacas de trampas en la época de Eufemiano Fuentes, aumentan la hemoglobina y bajan el nivel de los reticulocitos. Por esta vía fue suspendida Marta Domínguez, la atleta protagonista de la operación Galgo que también señaló a Eufemiano Fuentes. Anomalías en su pasaporte biológico y tres años de castigo por el TAS. El método del pasaporte biológico ha favorecido los controles por sorpresa dirigidos en España. La AEPSAD estableció hace tiempo un grupo de seguimiento a determinados deportes de resistencia que, por antecedentes e información, tienen la piel fina para el dopaje: atletismo, ciclismo, triatlón, halterofilia y natación.

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