
Si ya de por sí cuesta tragarse un amistoso de selecciones, sobre todo cuando el rival no tiene pedigrí ni cierto reconocimiento planetario, imagínense ahora que los señores de la UEFA se han inventado eso de la Liga de las Naciones, que al menos ofrece encuentros atractivos y con algo en juego, aunque tampoco el premio de la final a cuatro sea nada del otro mundo. España corre el riesgo de caer en la más absoluta irrelevancia hasta que no llegue otro torneo de los serios, se entiende como serio un Mundial o una Eurocopa, y más con entuertos tan tristes como el de ayer en Las Palmas, resuelto con un triunfo escaso y rutinario ante la Bosnia del rollizo Prosinecki que no cura las heridas. Toca descansar de la selección hasta marzo, y en cierto modo es un respiro para tomar distancia y analizar con profundidad este 2018 que siempre quedará marcado por el esperpento de Krasnodar y el despido de Julen Lopetegui a dos días del debut en el Mundial. Saldrá, seguro, en el resumen anual de todos los medios. Han pasado ya unos meses de aquello y a España le cuesta soltar lastre. Luis Enrique, después de una puesta de largo ilusionante, trata de descifrar el futuro de un equipo que ahora mismo no está para grandes florituras, aunque queda el consuelo de pensar que este proyecto debe dar sus frutos dentro de dos años, o eso es lo que proclama el asturiano. Desde luego, el junio que viene no se peleará por la Liga de las Naciones porque Inglaterra ganó a Croacia en Wembley y eso hizo que el bolo de anoche fuera más descafeinado si cabe. No había absolutamente nada que celebrar. Ni siquiera el homenaje a David Silva animó al personal, aunque, visto cómo se hizo, era difícil ponerse a saltar a la comba. España despidió a uno de sus héroes con un acto austero y soso en los prolegómenos, despachado con la entrega de una camiseta gigante con el 125 al futbolista (su número de internacionalidades), que se hizo fotos con su bebé mientras la españolía atendía con cierta nostalgia pensando en aquellos tiempos tan felices. Silva forma parte de ese ayer que nunca volverá, y a más de uno le dio por preguntarse si no existía la posibilidad de convencerle para que vuelva. Nueve cambios en el once Porque, claro, luego costaba encenderse con el once que presentó Luis Enrique, con nueve cambios con respecto al duelo de Croacia (repetían Isco, igual de gris, y Ceballos) y plagado de jugadores sin horas de vuelo (98 tardes de rojo, que son muy pocas, sumaban los titulares) y todavía por hacer. Ojo, que son buenos peloteros, pero tampoco son primeras espadas en líneas generales, las cosas como son. Llovió encima en Las Palmas, tiene guasa la cosa, y no hubo ni media entrada en el estadio de Gran Canaria, eso sí que es un dato preocupante. Por no haber no hubo ni goles en plural y se cuentan con el dedo de una mano las ocasiones claras, siendo Morata el que más lo intentó y, por ende, el que más falló. La noticia alegre de la velada es que a España, con Kepa en la portería de inicio, no le marcaron esta vez. Más allá de Brais Méndez, con tanto en su debut, nadie destacó, pero es que el papelón, y más después de lo que pasó en Croacia, era difícil de gestionar.
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