El Real Madrid parecía imbatible, al menos en su versión postvacacional. Eran ya seis Supercopas de España consecutivas las que había conquistado desde 2018, pero en Murcia, se produjo la anomalía. El Unicaja de Málaga , un equipo absolutamente de culto desde que Ibon Navarro llegó a su banquillo, reescribió la historia y se proclamó campeón, la primera vez de su trayectoria que conquista el primer trofeo de la temporada. Su hacer fue salvaje desde el inicio, tanto que incluso llegó a ganar por 17 puntos. Pero el Madrid siempre vuelve y los blancos, con mucho músculo, consiguieron reducir la diferencia en el tramo final. Cuando parecía que Campazzo y compañía firmarían su enésima remontada, el base argentino sumó un par de errores, se volvió humano, y los andaluces no desaprovecharon la oportunidad de hacer historia. Ahora son ellos los supercampeones. Apostó Mateo por introducir a Garuba en el quinteto inicial por Hezonja, que por un proceso febril era baja. Sabe el madrileño que el Unicaja es un dolor de muelas, un equipo que nada tiene que envidiar a los grandes en cuanto a físico e insistencia, y la apuesta por el de Azuqueca parecía muy acertada para igualar la balanza. Poco importó, pues los malagueños impusieron su ley desde el inicio y, con una canasta de Sima al contrataque y dos triples, obra de Taylor y Perry, firmaron un parcial de 0-8. No pedía tiempo muerto Mateo pero su enfado era evidente. Los andaluces eran un martillo de herrero y los madrileños su yunque. El Madrid había hundido al Barça a base de defensa, sin embargo no sabía cómo replicar la fórmula ante el Unicaja. Los blancos regalaban la línea de tres, hábitat donde sus rivales se encontraban como en casa, y las pérdidas permitían a los de Ibon Navarro volar como aves de presa, con muy malas intenciones. Las salidas de Deck y Abalde sí les dio más empaque a los blancos, mientras Campazzo frotaba su lámpara para aumentar la anotación de su equipo. El primer cuarto se esfumó a una velocidad de vértigo, al ritmo que el Unicaja demandaba. Sonó la bocina y su ventaja ya era de 13 puntos. La tormenta estaba lejos de amainar, era muy fluido el juego de los malagueños, encomendados a sus pívots, tan capaces de jugar al poste como de anotar desde la media distancia. La pareja formada por Barreiro y Kravish era el mejor ejemplo de ello. Ni siquiera el poderío físico de Ibaka podía minimizar su impacto. Solo la contundencia de Deck y la veteranía de Llull permitían que el Madrid no se descolgase del todo. Una gran canasta individual de Rathan-Mayes a aro pasado redujo la desventaja a ocho puntos y, por primera vez en la final, los blancos amenazaron el dominio de sus enemigos. Es una obviedad que no solo hay que jugar el partido perfecto para vencer al Madrid, sino que también es necesario no tener sentimientos, cerrarse a las emociones y solo enseñar un rostro furioso y decidido. En las últimas posesiones de la primera mitad, al Unicaja se le vieron fisuras, alguna pérdida y una técnica a Navarro espabilaron a los blancos y, desde la línea de tiros libres, generaron sudores fríos en el Palacio de los Deportes de Murcia. La valentía de Taylor permitió que, al descanso, el Unicaja llegase con ventaja. Pero el Madrid ya estaba en posición de soltar un zarpazo. Se volvió muy físico el duelo tras la reanudación, con mucha fricción bajo los aros, tanto que incluso Campazzo vio cómo el dedo de Tillie se fue directo contra su ojo, lo que provocó que el argentino quedase fuera de servicio durante unos minutos. Nadie se divertía, cada posesión era un sufrimiento. Incluso Tavares , dios entre humanos, lo pasaba muy mal ante las acometidas de Sima , superior el pívot español ante el africano. De hecho, un espectacular mate sobre su némesis permitió al Unicaja volver a mandar por dobles dígitos. Volvía a cortocircuitar el Madrid y volvía a vestirse de superhéroe Campazzo, autor de un tres más uno balsámico, líder irrepetible el argentino cuando la escena amenaza con ser la de una película de terror. Sin embargo, los malagueños volvían a mover el balón con mucha inteligencia y, cuando todo fallaba, aparecía Perry para desatascar la situación. Con Campazzo en el banquillo el Madrid se convertía en presa, pero en solo unos minutos, Feliz demostró por qué los blancos han apostado por él. Cargó sin cesar contra el aro rival y, junto con los tapones de Garuba, hizo recular a la falange malagueña. La sangre comenzó a brotar del brazo de Ibaka, consecuencia de su encarnizada batalla con Barreiro bajo los tableros. Parecía que el Madrid, en este laberinto que es un partido de baloncesto de élite, volvía a estar vivo en el último cuarto. Garuba era fundamental para entender el cambio de dinámica, muy bien el canterano en la protección y en la lectura de sus compañeros. Ya no anotaba el Unicaja con regularidad y un triple de Llull le puso contra las cuerdas, pero Kalinoski y Taylor respondieron con virulencia con dos grandes disparos de larga distancia. Deck y Tavares se vaciaban en el plano físico y Campazzo se empeñaba en hacer efectiva la remontada, pero Sima, quizá en su mejor partido como profesional, les negaba sus esperanzas. Una falta del base argentino mandó a Taylor a la línea de tiros libres, un error, pues la ventaja malagueña aumentó a los cinco puntos. Siempre héroe, Campazzo falló esta vez. Hizo una falta en ataque y, en la siguiente jugada, Kalinoski sentenció la final desde la línea de tres. Se acabó la histórica racha del Madrid en la Supercopa. El Unicaja es ahora el supercampeón.
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