domingo, 24 de marzo de 2019

España sufre después de perdonar mil goles

España ganó en Mestalla el partido de toda la vida, superior a Noruega sin desquitarse de ese mal endémico que le persigue desde siempre. A poco que le hubiera ido medianamente bien en el remate, la selección hubiera resuelto el entuerto mucho antes, pues tuvo ocasiones hasta decir basta desde el inicio, imposible de entender tanto fallo. Salió muy bien, dormitó a partir del gol de Rodrigo y se desesperó a medida que iba disparando sin dar en la diana, bien protegida la cueva escandinava por el portero Jarstein, lo mejor de un rival justito y primitivo en su manera de entender el fútbol, pero que dio un buen susto al pueblo cuando empató en la reanudación. Lo probaron Rodrigo, Asensio, Ceballos, Íñigo Martínez y, por encima de todos, Morata, irritante el marcador con el que se llegó al descanso. Costaba entender ese 1-0 después de semejante asedio y mucho más que los noruegos fueran capaces de igualar la pelea, pero Sergio Ramos, exprimiendo el arte de panenka, puso las cosas en su sitio y certificó la primera victoria en este viaje hacia la Eurocopa 2020. La evolucionada España de Luis Enrique tuvo una presentación muy interesante, vertical sobre todo por la banda derecha. Fue titular Jesús Navas y lo fue precisamente para eso, bien pegado a la línea para hurgar una y otra vez por ese flanco y buscar rematador. Como delantero centro esta vez actuó Morata, y al atacante del Atlético no se le puede negar su empeño, protagonista en casi todas las jugadas de ataque del equipo y con buenos movimientos como para generar peligro. Se le contabilizaron durante el primer acto cuatro remates de cabeza más o menos claros, pero se quedaron en el «uyyyy», casi, por un pelo, menudo paradón… Poco que objetar, de todos modos, bien por Morata. Hubo momentos bellos de España, bien aseada en líneas generales y con un centro del campo talentoso y con gusto. Ceballos es casi un fijo porque tiene enamorado al técnico, y ayer se sumó a la causa Parejo, al alza una vez se olvidó de la timidez para hacerse dueño de la pelota y moverla de aquí para allá. La selección tuvo minutos estupendos en Mestalla, pero sigue con el problema del gol, imperativo resumir todo lo demás en premios. La incidencia de Alba El primero tardó un cuarto de hora en llegar, y llevó la firma de Rodrigo, el único futbolista que ha estado en los siete encuentros de Luis Enrique como jefe del equipo. De todos modos, y sin desmerecer en absoluto el buen remate del valencianista, la incidencia de Jordi Alba en esa acción fue tremenda, como en casi todas las que ocurren por su costado. Hay pocos laterales con esa capacidad para herir al oponente y puede que en todo este tiempo la mejor noticia que ha dado España es la paz que firmaron el defensa y Luis Enrique. Ganan todos. El caso es que, tampoco eso cambia, la selección tuvo un cortocircuito que le pudo costar caro. Noruega, sin tener nada del otro mundo, no marcó de milagro, pues Elyounoussi remató hacia atrás de manera incomprensible después de una buena internada de Henriksen. Ese susto se puede considerar hasta necesario ya que a partir de ahí llegaron las mejores ocasiones de España. Lo dicho, un ataque continuo y sin recompensa, urge corregir eso. El partido se desarrollaba con cierta normalidad. La ola, los olés y el rondo eterno, todo muy español. Hasta que, en un aislado saque de esquina de Noruega, Íñigo Martínez cometió penalti sobre Johnsen que transformó King. De Gea acertó la dirección, pero le sigue faltando una parada que le reconcilie con la gente. Había tiempo para evitar el sonrojo y ahí estuvo bien España, que no dejó de intentarlo e incluso lo hizo con cierta calma, olvidando las premuras y los agobios que se generan en situaciones así. Morata, quien tuvo otra de cabeza, persiguió una pésima entrega de un defensor al portero noruego y se fue al suelo. Lo que pasó después ya se sabe, ese panenka de Ramos que los guardameta no acaban de descifrar (lleva cinco esta temporada). Respiró la selección, aunque quedaría la agonía final, que la hubo. Ya sabe lo que va a tener que sufrir si sigue perdonando de este modo. En realidad, lo ha sabido siempre, pero no le pone remedio.

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