jueves, 21 de febrero de 2019

Noche fascinante del Atlético

Fue una noche fascinante del Atlético, de esas que se guardan en el ideario colectivo como un tesoro. Potente derroche de energía, fe y también de fútbol, esa tarea que aparece siempre en el balance negativo del equipo. Jugó muy bien el Atlético en la segunda mitad, un vendaval que desarboló a la Juventus, a Cristiano, a la historia de una entidad concebida para dominar. Dos defensas, símbolo de un estilo, encumbraron al Atlético. Giménez y Godín marcaron los goles que hacen soñar a una hinchada enloquecida con lo que vio y con los cuartos de final de la Champions. Una renta de dos goles que es una caudal. No hace tanto en la memoria de la parroquia rojiblanca, acceder a la Champions, la Copa de Europa de siempre, era un privilegio reservado a otros paladares. Casi se celebraba como un acontecimiento cósmico la presencia de equipos de abolengo, estrellas del fútbol y el aura que envuelve a esta competición, antes y ahora. Ha crecido el Atlético, se ha reinventado como club, renueva a sus jugadores y entrenador a precios inimaginables, late en un estadio cinco estrellas y se codea con la creme, pero casi nadie en el Wanda Metropolitano olvida los años de miseria, de anodino tránsito por los vacíos de contenido, de pugna por no descender o directamente regresar a Primera, de la Copa de la UEFA como satisfacción global... Todo esto sugería el imponente aspecto previo al partido contra la Juventus, su rutilante Cristiano, su constelación de figuras y su carrusel de títulos a cuestas. Nadie olvida el pasado de penurias de un Calderón ausente de las grandes noches europeas. En esa atmósfera sideral el Atlético se manejó con personalidad, convencido de que no gana el que mejor juega sino el que más se lo cree. Creyó el Atlético, en la idea de Simeone que le ha transportado hasta aquí, a dos finales de Champions perdidas, a esta competición que da y quita. Jugó con empaque y presencia el grupo colchonero, sin permitir que lo intimidase un tremendo zambombazo de Cristiano desde el centro del campo al que respondió solvente Oblak. La Juventus esgrimió una cualidad inherente a todo lo italiano. Son gente orgullosa de su país, de su estilo, de cada paso que dan. Le concedió el balón el Atlético y la Juve amenazó de todas las maneras a Oblak. En los balones parados, donde el Atlético flaquea de más últimamente, en las conducciones de Dybala, en la constante pelea de Mandzukic. Extrajo el Atlético lo mejor de la versión guerrera de Diego Costa, implacable el brasileño en su duelo con Bonucci y Chiellini. Magnífica batalla de ardorosos futbolistas que decantó el brasileño a su favor en el primer tiempo. Hubiera culminado la obra si el empujón de Bonucci se produce unos centímetros más allá, dentro del área como señaló el árbitro y no fuera como corrigió el VAR. Presionó con mucha fe el Atlético, soberbio Koke por una banda, muy intensos los centrales frente a Cristiano, dulce Griezmann cada vez que aclaraba el juego con su zurda... Solo Thomas desentonó después de una gran primera parte con una entrada absurda que le costó una amarilla peligrosa. El Atlético no rebajó las pulsaciones, apretó a su enemigo y lo fustigó con decisión. Maniobró según le gusta, bien guarecido atrás y en rápidas transiciones al contragolpe. Por ahí activó las mejores ocasiones, una cabalgada de Costa que chutó fuera ante Szczeny y una combinación luminosa de Koke con Griezmann que éste culminó con una sutil vaselina que golpeó en el larguero. Jugó muy bien el Atlético durante ese tramo, suelto en la asociación, dinámico en la anticipación, crecido en el ánimo. No apareció Cristiano, ausente la Juve en ataque. Morata volvió a cruzarse con la fatalidad después de exhibir un certero cabezazo a gol, anulado por el VAR que sumió al Wanda en un chasco infinito. Pero no desperó el Atlético, convencido de que la noche le pertenecía. En un córner la rebañó con fe Giménez, la empujó a gol con el alma y doblegó a la Juventus. Con Lemar y Correa en el campo, con ganas de ganar, el Atlético cerró su fiesta con el gol de Godín, casi del cojo, todo voluntad en una clausura contagiosa y electrizante.

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