Cedió el encuentro con una doble falta. La mano, otras veces más que firme para apabullar a cualquiera y levantar dos títulos de Grand Slam, tembló demasiado ayer contra la brasileña Beatriz Haddad Maia y Garbiñe Muguruza se despide de Wimbledon en su estreno (6-4 y 6-4). Un naufragio más, grave, pues no perdía en primera ronda de un Grand Slam desde el US Open 2014, antes de que Muguruza fuera Muguruza. Y más en Wimbledon. Porque la española, 27 del mundo, acudía a la hierba londinense para refugiarse después de un año gris, otro más, con más oscuros que claros, porque es Wimbledon uno de esos escenarios que le gustan y en los que se luce. Aquí, en 2015, se hizo un nombre al llegar a la final con apenas 21 años. Perdió el título contra Serena Williams, que le regaló un piropo premonitorio: «Ganarás este torneo». En 2017 cumplió la profecía, contra la hermana mayor, Venus. Garbiñe Muguruza, campeona de Wimbledon. Y número 1 del mundo. Pero, desde entonces, la española padece un mal de alturas. No encuentra la regularidad con la que mantenerse en la élite y su juego, otrora vistoso, agresivo y elegante, se tuerce en los momentos en los que más debe brillar. Es verdad que en 2018 alcanzó las semifinales de Roland Garros y alzó el título en Monterrey. Y que en este 2019 ha vuelto a levantar el trofeo del torneo mexicano. Pero también lo es que no hay continuidad ni visos de encontrar la paz, la concentración, el hambre y la firmeza suficiente para enlazar dos semanas buenas. Comienza a asumirse que los resbalones serán habituales. Quería Muguruza encontrarse con ella misma, con aquella campeona, en el origen de su eclosión, el All England Tennis Club. Y así empezó el encuentro, elevada en su gran tenis para remarcar la diferencia de ranking. Pero Wimbledon suele ser caprichoso en sus primeras jornadas. A los favoritos les falta rodaje y les sobra responsabilidad, y los que llegan desde abajo lo hacen con bravura. Como Haddad Maia, 121 del mundo. En cuanto la brasileña defendió los ataques y puso algo más de mordiente en el choque, Muguruza se apagó. Su rostro, tan expresivo siempre, se oscureció, como sus ideas y su mano. Volvieron las dudas, la rabia, la cabeza gacha, otro adiós muy pronto. «No jugaré en una temporada. Dejaré la raqueta un rato hasta que sienta las ganas de volver a jugar», aceptó tras la derrota. Pese a todo, no contempla cambiar de entrenador. Toca diván para reencontrarse.
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