Una semana antes de la boda de Don Felipe y Doña Letizia en la catedral de la Almudena, el entonces Príncipe de Asturias presentó a su futura mujer ante la realeza europea. Era la víspera del enlace de Federico y Mary de Dinamarca, el 13 de mayo de 2004, y toda España estaba expectante. La Reina escogió un vestido rojo de Lorenzo Caprile, que completó con un broche de doble clip de diamantes y rubís de la casa Chaumet. Esa imagen dio la vuelta al mundo. Doña Letizia aprobó con nota aquella prueba de fuego. La firma Chaumet tiene dos siglos de existencia y, desde la coronación de Napoleón I en 1780 -su mujer, Josefina de Beauharnais fue la primera musa de Joseph Chaumet-, la casa francesa ha estado ligada a las familias reales europeas y sus diademas son un símbolo. Ahora, muchas de sus joyas históricas se pueden ver (hasta el 28 de agosto) en el Grimaldi Forum de Mónaco en una exposición que ha tenido al Príncipe Alberto como mecenas. Para «Majesty Jewels of Sovereigns Since 1780», la casa ha recopilado 250 piezas, entre ellas 50 tiaras. «Doce de estas diademas nunca se han visto», contó a ABC -en exclusiva el día de su inauguración- Christophe Vachaudez, uno de los comisarios de la muestra. «Este proyecto comenzó hace dos años, cuando me dieron 60.000 fotografías del archivo de la casa», explicó. Junto con Stéphane Bern, comenzó una intensa labor de investigación para localizar parte de esas piezas. «Lo que hemos querido mostrar en esta exposición es que las diademas transforman a las mujeres y las hacen más femeninas», explica Bern. Asegura que en las familias, historicamente «los hombres han transmitido el poder y las mujeres, las joyas», por eso las propietarias de estas piezas -y más en concreto de las diademas- tienden a esconderlas «por razones sentimentales y también por una cuestión de seguridad». Una corona «civil» Aunque el poder lo ejercieran los hombres, las mujeres eran las encargadas de lucirlo con sus joyas. «Por eso -según Bern- las diademas tienen una simbología muy fuerte, porque son una corona civil». En las cenas de Estado, las mujeres de la Familia Real llevan una diadema «porque forma parte del rango y la dignidad de la función real. La tiara pasó a ser civil cuando las mujeres de la aristocracia comenzaron también a llevarlas», explicó Vachaudez. Si los comisarios tuvieran que elegir una de la muestra, se quedarían con la de Lady Edwin a, condesa de Mountbatten y virreina de la India, y con la de Henckel von Donnersmarck. Las esmeraldas de esta última suman 400 quilates y pertenecieron a la Emperatriz Eugenia. En 2002, la compró el emir de Qatar por 12,7 millones de euros, convirtiéndose en la corona más cara vendida en una subasta. Lo curioso de esta diadema -como ocurre con la de perlas y diamantes que el marqués Fréderic de Keroüartz regaló en 1897 a su prometida Loise d’Andigné-, es que se puede desmontar facilmente para convertirse en un collar. En la muestra también hay joyas que pertenecieron a familias españolas, como un parure de tiara y gargantilla de turquesas y diamantes que perteneció a los duques de Montellano y algunas piezas de los duques de Castro. Otra de las tiaras más llamativas de la muestra es la que perteneció a Hedwige de La Rochefoucauld, quien en 1919 se casó con Sixto Fernando de Borbón-Parma. Del mismo modo que a un estudiante se le corona con laurel cuando termina el bachillerato o la carrera, las diademas «simbolizan la coronación del amor y del poder», apostilló Vachaudez. Por eso, aunque parezcan piezas de museo, «siguen estando de moda».
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