jueves, 14 de marzo de 2019

Un Barça en modo Champions

La decadencia del catalanismo se expresó una vez más en los pitidos al himno de la Champions. Es nuestra competición más deseada y silbamos su canción. Es nuestro sueño más preciado y lo insultamos. Es una decadencia, sí, y una terrible falta de inteligencia. Y es también internacionalizar el conflicto: el conflicto de lo torpes que llegamos a ser. De derrota en derrota hasta la cárcel, así empezó ayer el primer partido de Champions de las últimas cuatro temporadas que el Barcelona jugaba con el Madrid eliminado. Eléctricos los de Valverde salieron a por el partido. Hasta Coutinho estaba acertado, y muy buenos movimientos de Suárez en el desmarque. El primero en chutar fue Messi, y Lopes respondió con una buena parada convertida en más espectacular de lo que fue por su modo algo teatral de tirarse. El equipo continuó creciendo en la presión pero sin encontrar espacios para poder atacar en profundidad; sólo Messi con su magia lograba sortear las férreas líneas lionesas. Suárez se ofrecía pero los balones no le acababan de llegar. Coutinho lo lograba pero sin conseguirlo. Y lo que el Barça no logró en movimiento, lo logró Messi de penalti, a lo Panenka. Un penalti que no lo era, porque fue Suárez quien pisó a Denayer, y no al revés. Cuesta imaginar qué es lo que vio el VAR cuando revisó la jugada, porque en la repetición claramente se pudo ver que la falta fue en el sentido inverso al que el árbitro de campo había pitado. Es signo de nuestros tiempos que el gol hiciera olvidar los gritos de «independencia» en el minuto 17:14. Para entender Cataluña es importante entender que la supuesta libertad vale menos que un gol de Messi. El portero Lopes, en el 21, chocó con Suárez y se hizo más daño del que pudimos apreciar en las imágenes. A pesar de que quedó como muy mareado, o eso es lo que quiso aparentar con su puesta en escena, renunció a ser sustituido. Más bien pareció un poco de comedia alargada para cambiarle el ritmo al partido. A los pocos minutos rechazó como un saltamontes un duro disparo de Suárez. Tan mal no estaba. También en estos trucos se basa el fútbol y también esta farsa ayuda a vivir. Lo que no fue comedia fue el buen control y el cambio de ritmo con que a la media hora Suárez rompió la defensa francesa para entregarle el gol prácticamente hecho a Coutinho. Acto seguido Lopes fue sustituido: tal vez no fue tan comediante en un choque con nuestro uruguayo. Se fue llorando y ovacionado por el Camp Nou -bello gesto- y fue sustituido por Gorgelin. De todos modos, por veces que examiné la repetición fui incapaz de detectar un golpe capaz de generar tan graves consecuencias. Suárez superestar se atrevía con todo y todo le salía bien. Era el mejor Suárez, el del Parque de los Príncipes de 2015: participaba en todas las jugadas importantes y en todas eran decisivo. Un Barça suelto, luminoso, alegre, de su larga noche recuperado, parecía presentar su firme candidatura para ganar la Champions. Muy bien, extraordinario, Lenglet en sus labores defensivas. Busquets majestuoso en la presión y en la recuperación. Piqué, soberbio. La segunda parte empezó con el Barça igual de valiente y acertado. Y el Olympique se hizo a la mar, a ver qué pescaba. Presión muy alta, algunas ocasiones no sé si meritorias, pero como mínimo consignables, y que tuvieron su premio en el desconcierto defensivo azulgrana. Tousart marcó, el VAR no sancionó una evidente falta sobre Lenglet, y el error del penalti del primer tiempo quedaba compensado por un gol que tampoco tendría que haber subido al marcador. Cambió el aire festivo en el Camp Nou y el Barcelona empezó a sufrir los efectos de la altísima presión visitante, perdiendo los duelos directos en los uno contra uno que planteaban los franceses. No salían los de Valverde y el Olympique, en su apuesta al doble o nada. tenía un 57% de la posesión y las cosas le salían razonablemente bien. Valiente por una vez Valverde, cambió a Coutinho por Dembélé. Luego Arthur, al que el partido se le estaba haciendo muy largo, fue sustituido por Arturo Vidal. Pero quien como siempre arregló lo nuestro fue Messi, que recortó y chutó y el balón llorando entró en la portería de Gorgelin, camino del Wanda Metropolitano. Piqué se sumó a la fiesta marcando el cuarto, culminando una obra de arte de Messi: sólo él podía entender tan prodigiosa asistencia. Dembélé remachó el quinto.

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