domingo, 10 de marzo de 2019

Tedio y victoria en el Camp Nou

Alegre como una fiesta entre semana, el Barça recibió al Rayo con la tranquilidad de tener al Madrid noqueado. Es una dulce sensación, acolchada, confortable como la tibia tarde en el Camp Nou, temperatura primaveral. La vida amable, sonriente, burguesa de una tierra que más que para revoluciones o rupturas, está para conservar lo que tiene. Esto, que puede parecer anecdótico o menor, es más importante que las ideas y tendrían que entenderlo los que con tanta petulancia pretender conducir el destino de un pueblo. En el minuto 4 el árbitro se comió un más que probable penalti de Piqué, que agarró de la camiseta a Raúl de Tomás. El Rayo empezó bien, con arañazos de vigor, llegando con facilidad a los dominios de Ter Stegen, pero cada vez que el Barcelona atacaba se notaba quién era el equipo grande. Resulta enternecedor asistir al encomiable voluntarismo de los equipos modestos mientras claramente ves cómo lo que en verdad va a acabar sucediendo se está cociendo en el otro bando. De todos modos el Rayo se cerraba bien y no era descabellado pensar que podría sacar algo de su visita a mi ciudad. Messi le filtró una gran asistencia a Semedo que el portugués no pudo aprovechar, y un remate de cabeza, también de Messi, casi acaba en el primer gol del partido. Pero quien realmente lo consiguió no fue Messi, ni el Barça, sino Raúl de Tomás, que adelantó a su equipo de un brillante disparo desde la frontal del área, seco y colocado. Nada pudo hacer Ter Stegen. Poca inquietud en el Camp Nou, más que satisfecho por los éxitos de la semana pasada. Se defendía bien el Rayo, estaba poco fino el Barça en los metros finales. Messi era el único jugador culé que parecía no haber perdido la luz, aunque estaba lejos de su mejor inspiración. Partido tosco, peñazo, de los que si los ves por la tele, después de esquiar, junto a la chimenea, caen un par de gintónics y una siesta interminable. Pero el Barça continua siendo el Barça, y el Rayo el Rayo. Es lo que decíamos del voluntarismo y del curso real de las cosas, de la ilusión de los equipos pequeños y de la aplastante maquinaria de los grandes. En el 38, Piqué de cabeza remató para el empate una falta lateral centrada por Messi. Gritos de “Piqué, Piqué, Piquenbauer” en la grada para celebrar el tanto. Aburridos, soñolientos y empatados, llegamos al descanso. De regreso al partido, Dembélé entró por Arthur y Jordi Amat le hizo un claro penalti a Semedo, que transformó Messi, chutando como suele a la izquierda del portero. Bien señalada la pena máxima, en la misma área que en la primera mitad le negó al Rayo la misma suerte, que merecía por el claro agarrón de Piqué a Raúl de Tomás. A partir de entonces, el Barça se creció, aunque aún sin el instrumento afinado. El Rayo se topó de golpe con sus limitaciones y se limitaba a tratar de evitar la inundación. No perdió nunca la dignidad pero se le agotaron los recursos y con ellos el empuje de la esperanza del primer tiempo. Pero de todos modos tuvo también sus ocasiones, esporádicas pero considerables, y en algún momento el Camp Nou temió el empate. Incluso con la ciudad ya oscurecida, la temperatura continuaba siendo benigna, y los gritos de independencia en el minuto 17:14 -también se producen en las segundas partes- sonaron más folklóricos e irreales. Parecía como si en realidad pidieran un helado. Con una sombrilla, supongo. “Ya nada temo más que mis cuidados”. No llegamos en ningún momento a dejar de aburrirnos, pero el Barça fue capaz de darle a su juego algo más de emoción y de brillo, que sin duda agradecimos. El Rayo no se rendía pero le costaba mucho crear peligro. Suárez volvía a fallarlo todo y a desesperar a la grada. Entró Rakitic por Coutinho para poner orden. Y el orden llegó en el 36, pero esta vez no hizo falta un alzamiento y bastó con que Suárez dejara de abusar de nuestra paciencia para cerrar el partido con el 3 a 1, culminando una jugada bien trenzada con Dembélé y un muy precioso Rakitic.

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