lunes, 17 de diciembre de 2018

La sonrisa cambió de bando

En la fecha exacta del primer aniversario de las únicas elecciones al Parlament que ha convocado un presidente del Gobierno, en virtud de la aplicación del artículo 155, la más grave medida que ha tomado desde su restauración nuestra democracia, Pedro Sánchez ha decidido celebrar un Consejo de Ministros en Barcelona. El independentismo quiere aprovecharlo para su enésima gesticulación. Pero ha pasado un año, y lo que el 1 de octubre pudo parecerles el principio de una victoria se ha ido volviendo una incontestable derrota por una cadena de errores, mediocridades e incompetencias que los propios independentistas abiertamente reconocen y entre ellos se reprochan. Si el 1 de octubre el independentismo hizo algo que el Gobierno intentó impedir, el viernes será el Gobierno quien hará algo que el independentismo tratará de impedir. El discurso constructivo y conciliador lo tiene ahora España, que ha pasado de retirar urnas a golpe de porra a tender la mano: distingue a Barcelona celebrando allí un Consejo de Ministros e incluso ante sus más grotescas provocaciones, el presidente del Gobierno intenta, por todos los medios a su alcance y aceptando un cierto grado de humillación, reunirse con el presidente de la Generalitat. El independentismo ha pasado de decir que defiende la democracia, con su referendo ilegal, a manifiestamente atacarla, saboteando la reunión de un gobierno democrático y que, para más contradicción, ha llegado y se mantiene en el poder gracias a los votos de los diputados independentistas. Si la fuerza que empleó la Policía para inútilmente impedir el primero de octubre perjudicó la imagen exterior de España en algunos vínculos, y victimizó al independentismo a los ojos del buenismo, aunque ninguna potencia mundial se atrevió a decirle a un Estado de Derecho cómo tenía que resolver sus crisis internas; Europa y el mundo entero conocen perfectamente la violencia de barricada que los CDR intentarán imponer el viernes, y si al indepentismo, tras su interminable cadena de equivocaciones, le queda aún algún prestigio internacional, lo acabará de arruinar quemando contenedores, cortando autopistas y tirando piedras a los antidisturbios. Nada que no hayamos visto con los antisistema en Davos o en Hamburgo, arremetiendo contra lo que ellos llaman el Nuevo Orden Mundial: y todo el mundo entendió que la Policía se empleara a fondo en su deber de contenerlos. Hace un año, en el independentismo había también tensiones pero estaba unido alrededor de su referendo. Sabía qué quería y cómo conseguirlo. Hoy el independentismo no sabe lo que quiere, no tiene propósito concreto. Activó del modo más irracional su«bomba nuclear», que era la declaración de independencia, para que además no llegara ni a detonar. Ahora sus amenazas suenan ridículas y ni sus propias bases confían en las promesas de sus líderes. Las astracanadas de Quim Torra, como la invocación de la vía Eslovena, son contestadas y desmentidas por sus propias filas. De creer que la gesta era posible, el independentismo ha pasado a folclorizarse a sí mismo. El odio entre independentistas es mayor del que en su conjunto sienten contra España. Esquerra desprecia a Puigdemont y a Torra, quienes a su vez no pierden ocasión de insultar a Junqueras y a Esquerra. La CUP está fuera de combate porque no sabe hacia dónde dirigir a sus masas iradas. Los CDR están fuera de control. Puigdemont quiere el caos para que no se apague su llama en la distancia, Junqueras quiere ser presidente de la Generalitat y ocupar la centralidad de la política catalana y los desvaríos de Torra son el preciso reflejo de un movimiento sin rumbo cierto. Esquerra espera las elecciones para gobernar con un tripartito de izquierdas y Puigdemont quiere someter a Esquerra en una candidatura unitaria para no perder el poder. Finalmente, los presos que se han puesto a dieta en Lledoners (precisamente para chantajear a Esquerra en pro de la candidatura única) están indignados porque los anunciados alborotos para el viernes han robado el foco mediático a su huelga de hambre fake. El ingreso de Jordi Turull en la enfermería de la prisión tiene que ver con esta necesidad de llamar la atención mucho más que con el muy relativo rigor de ayuno detox de 14 días. Pero sin duda la institución que mayor presión y desprestigio ha tenido que soportar durante este último año ha sido la policía autonómica. Los Mossos d’Esquadra fueron uno de los mayores logros del nacionalismo y han sido brutalmente atacados en su dignidad y credibilidad por el independentismo. Si el 1 de octubre la entonces vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, cometió el error o la ingenuidad de confiar en que el mayor Trapero cumpliría con su obligación de mantener cerrados los colegios electorales del referendo ilegal, el Gobierno de Pedro Sánchez ha destinado a 9.000 policías a Cataluña y el dispositivo de seguridad del viernes no lo controlarán exclusivamente los Mossos sino que lo harán colegiadamente con la Policía Nacional y la Guardia Civil. Sólo los independentistas podían conseguir que el Gobierno pasara de la candidez de la derecha a la mano dura de la izquierda. Igualmente, de los esfuerzos del presidente Pujol por lograr y desplegar una policía propia, hemos pasado a que un presidente de la Generalitat los use políticamente -Puigdemont el 1 de octubre- y a que otro les cuestione -Torra hace una semana- por hacer su trabajo. Del mayor Trapero visto como un héroe por los independentistas, los Mossos han pasado a ser acusados, por los mismos que les encumbraron, de policía represiva. Más que contra España, el independentismo saldrá el viernes a armar follón contra su propia frustración.

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