
El Atlético cerró la fase de grupos de la Champions con un pequeño chasco en Brujas. Un empate insípido en Bélgica, pelín descorazonador que lo aboca a un sorteo de octavos de final en la Champions con ligera desventaja. Era primero de su grupo y tendrá que actuar como segundo, es decir, ante un enemigo en teoría más poderoso y con el partido de vuelta en campo contrario. En la bucólica Brujas de edificios de piedra, los canales, y la serenidad que destila una de las ciudades más bellas de Europa, el Atlético mostró una versión más pinturera, adaptada a un tipo de jugadores que se asocian, puntean, fintan y buscan un tipo de juego menos expansivo. No está Diego Costa, el búfalo que exprime los espacios y choca con los enemigos. Y tampoco jugó Kalinic, futbolista posicional, delantero centro a la vieja usanza, rematador de área, con movimientos de espaldas. Compareció Griezmann, acompañado de Lemar y Gelson. Tipos sin caparazón, más propensos a la finura que a la cabalgada, al toque más que al avasallamiento. Lo que se vio en Brujas en el primer tiempo fue un retrato de otro Atlético, menos físico, mucho más armónico en el tránsito hacia el ataque. El Brujas no ha ganado un partido de la Champions en su hermosa ciudad desde hace trece años. Un equipo para cubrir huecos en esta competición de cracks o de estructuras sólidas como es el Atlético. Saúl se dio un festín por la banda izquierda, mostrando una polivalencia que ha enamorado a Simeone y ha convencido al mundillo. El centrocampista alicantino no solo tapó su cueva con solvencia y manejo de los tiempos, sino que provocó una avería a los belgas cada vez que conectó con Lemar, apuró su zancada y saludó de cerca al portero del Brujas. Saúl desplegó el mejor repertorio en el primer acto, profundo y decidido en cada incursión, aunque algo falto de sutileza en el último pase. Jugó de nuevo el sevillano Montero en el central zurdo de la defensa, al suplir al uruguayo Giménez, un jugador guadiana, que no enlaza cuatro partidos seguidos sin un pinzamiento o achaque muscular. Montero está en proceso de cocción, le falta cuerpo y presencia para imponerse en un puesto capital para la organización táctica de Simeone. Saúl lo ayudó en cada lance, pero al canterano se le notó alguna costura. Griezmann rondó el gol que mereció su equipo ante un Brujas inferior, pero Horvarth se exhibió en la portería ante la insistencia de los rojiblancos, bastante imprecisos con el gol a la vista. Gelson se la quitó a un compañero, Thomas pateó a Bruselas con todo a favor, Griezmann la puso en la escuadra y apareció la mano de Horbvarth... Paradón de Oblak Un gol de Guerreiro en Mónaco para el Borussia Dortmund exigió algo más al Atlético, ya que antes de marcharse al descanso era segundo del grupo A y, teóricamente, menos favorecido en el sorteo del próximo lunes de los octavos de final. El gol atlético no llegó pese a la buena disposición general y a un primer tramo del partido muy prometedor del equipo madrileño. Y, como si fuera un resorte adherido al adn rojiblanco, el grupo comenzó a mirar a Oblak, para garantizar su protección. Simeone intentó mover el árbol con la inclusión de Vitolo y Correa, dos agitadores con alma de guerreros que no cambiaron nada. El Atlético había cedido el gobierno del balón, se replegó con frecuencia y ya no se asoció en ataque. De repente, dejaron de pasar cosas en el estadio belga. No sucedía nada, salvo una secuencia de imprecisiones y jugadas sin mucha elaboración. El técnico argentino envió un mensaje de ataque con los cambios, pero su equipo no respondió al requerimiento. Allí donde no había casi nada, surgió por ensalmo un centro perfecta desde la derecha que cogió en cueros a la defensa madrileña. Se encontró con un cabezazo dulce Peres, toda la portería para él. Oblak se desplegó entonces como un águila, brazos como alas, las rodillas flexionadas, las piernas en cruz... Se hizo inmenso, tan gigante que repelió el cabezazo picado. Otra vez Oblak, el mejor portero conocido en estos tiempos.
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