Hay escritores de una única novela. Una vez construida su obra, buena o mala, ya no son capaces de producir nada que resulte original. Los más inteligentes dejan de publicar. En cambio, los ególatras insisten en naufragar una y otra vez atrapados en la misma historia. Los mismos personajes, aunque cambien de nombre. La misma trama, aunque varíe el aparente móvil del crimen. Y, sobre todo, el mismo final. Es, esencialmente, lo que le ocurre a la izquierda rupturista gallega, condenada a repetir ad eternum el mismo sainete. La implosión del BNG, la fractura de AGE o el fracaso de En Marea. El mismo vodevil. Ya ocurrió. Está ocurriendo. Y probablemente volverá a ocurrir cuando monten el próximo proyecto de reunificación, que no tardará en surgir, en cuanto entierren el actual. En eso andan. Los clanes de ese universo ya han dictado sentencia. Se ha evidenciado esta semana en la celebración, cada uno por su lado, del 25 de julio. El invento de la confluencia no les vale. A ninguno. A unos, los llamados críticos, porque querrían derrocar a Luis Villares e imponer un pacto entre cúpulas. Los otros, la dirección actual, porque desearían cortar definitivamente el cordón umbilical con las formaciones fundacionales y blindar la independencia del partido instrumental. Traducido a román paladino. Podemos aspira a que En Marea le sirva como marca blanca, poco más que una franquicia. Villares anhela, en cambio, un modelo semejante al de Compromís, lo que podría implicar incluso competir electoralmente con la formación de Pablo Iglesias, como, de hecho, ocurrió en Valencia. Y, en medio, Anova y Cerna siguen liados en el perpetuo pulso que iniciaron al salir del Bloque. La cuestión clave es quién tiene más apoyo interno y, en caso de ruptura, quien podría quedarse con la marca, si es que para entonces todavía tiene algún valor. En las próximas semanas volverán a medir fuerzas tras el órdago lanzado por el entorno de Martiño Noriega con la inequívoca connivencia de Xulio Ferreiro y los prebostes de Anova, Podemos y lo que quede de Izquierda Unida. Una operación conjunta de derribo. O se va la actual dirección y ellos pactan las normas de gobernanza del espacio, de reparto del botín, o se llevarán por delante todo el entramado. Una confabulación más. La enésima. Todas, no nos engañemos, reducidas a un mismo y endiablado juego de tronos. Por cierto, nada épico, muy prosaico. Todo se resume en una lucha por el poder, en quien controla la chequera. Llámense liberados, llámense puestos de salida en las listas de las próximas autonómicas. No, la clave de bóveda del fracaso de En Marea no ha sido una divergencia ideológica irresoluble. El problema no es que unos quieran plantear un proyecto político más o menos próximo al independentismo y otros no. O que unos quieran acentuar un discurso más o menos populista contra el criterio del resto. Sí, es cierto que la combinación de nacionalistas, centralistas, federalistas y mediopensionistas es un cóctel potencialmente explosivo. Pero el debate interno no se ha movido en esas coordenadas. Como mucho ha servido de pretexto para alguna de las escaramuzas. El problema, lo que siempre han anhelado los líderes de las distintas facciones de la confluencia, es el control del timón, poder repartirse el pastel en la trastienda. Todos, unos y otros. Los que conyunturalmente apoyan a Villares ahora y los que desde el principio han querido derribarlo. Una huida hacia ninguna parte que acabará inexorablemente en naufragio. La duda que queda es cuándo ocurrirá. Villares ha sabido jugar sus cartas en otras ocasiones. Es probable que también ahora pueda sobrevivir. La cuestión es si en esta ocasión sus adversarios están dispuestos a llevar el órdago hasta el final y montar otro partido. Tienen experiencia en ello. Ya lo han hecho en otras ocasiones. Sí, mismos protagonistas, trama semejante, igual móvil del crimen y mismo final. La izquierda rupturista está atrapada en la misma historia. Su historia. Como Sísifo, condenados a repetir una y otra vez, eternamente, la misma senda. Una senda de autodestrucción.
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domingo, 29 de julio de 2018
El mito de Sísifo
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