domingo, 31 de marzo de 2019

Herrera, fin de trayecto

Próxima parada... ¿quién sabe? El tren del presidente ha cogido la línea fantasma Valladolid-Ariza y es ya un tren a ninguna parte. Se va Juan Vicente Herrera. Se despide recién cumplida la mayoría de edad en el puesto. Dieciocho años al timón de esta nave ancha y cuadradota. Una nave en la que muchos compartimentos, los más pequeños -que además son multitud-, se han ido vaciando, día a día, de contenido humano. Esa España vacía de la que habla Sergio del Molino en su celebrado ensayo tiene su antonomasia en esta terrible estepa castellana. Y así, con algunos de los suyos -pocos, porque la mayoría se han buscado continuidad, jurando lealtad a nuevo señor-, al destierro, Herrera cabalga. Atrás quedarán, rebasado el 26 de mayo, casi dos décadas de buena imagen personal, de gestión aseada -por momentos brillante-, de consenso y diálogo social ejemplares, de despegue económico -según y cómo-, de ilusión, propia y ajena, en los entrantes y de cierto hartazgo, propio y ajeno, en los postres; de gobiernos demasiado iguales, de mucha apuesta por los servicios y poca por la cultura, de... A Herrera, como los juerguistas de sábado noche, quizá le haya sobrado la última. Porque la última casi siempre emborrona el buen sabor de boca que dejaron las anteriores. Pero todo llega y ese «más pasado que futuro» tantas veces caído de su boca es ya un vaticinio convertido en verdad verdadera. Es posible que en el futuro se le eche de menos, porque el tiempo suele aventar los baldíos y abieldar los granos. Le echarán mucho de menos en nuestras Cortes, de las que se ha despedido con majestad y el buen hacer que siempre demostró, como el orador brillante que es. De su adiós parlamentario quedarán para el recuerdo las palabras nobles y generosas de un Luis Tudanca que ha demostrado, en tan señalada ocasión, tener mimbres de castellano viejo; las inanes -y muy en la línea de lo ofrecido en esta extinta legislatura- del otro Luis, Luis... ¿cómo se llamaba?; las de un Sarrión cumplido y ceremonial; y las de un Pablo que no debió de percatarse de que en los sepelios no conviene hablar mal del muerto, por elegancia. Llega el tren Herrera a su particular estación Termini. Con mortecino paso, exhalando vapores de caldera cansada, consciente de que el último esfuerzo será el de enfilar una vía muerta en la que aparcar el bagaje. Ha sido Herrera una buena locomotora para Castilla y León. Lenta, quizá, pero segura. Y quien le suceda tendrá ante sí el reto de poner en marcha de nuevo el convoy y evitar que descarrilé. Fin de trayecto, presidente. Buen viaje.

De España https://ift.tt/2FN6X3D

0 comentarios:

Publicar un comentario